Sunday, November 21, 2010

En casa de Stefanie




Estábamos de fiesta y cada uno había elegido el disfraz que más casaba con sus gustos y personalidad. No quiero ver ni uno sin disfrazarse o no le dejo entrar, nos avisó Stefanie al pasarnos la invitación. Yo me puse un traje tanguista argentino, con mi pelo engominado, raya enmedio y zapatos brillantes, chaqueta ajustada ... me veía estupendo. La casa de Stefie es preciosa, con un hermoso jardín y una magnífica piscina iluminada para la ocasión y entonces fue cuando la vi a ella.

No sé de que iba vestida, la verdad, pero si se que llevaba una faldita de tul, plisada que rodeaba su cintura llena de vuelos y pomposa. Al menor movimiento dejaba entrever sus pantorrillas y yo diría que algo más que eso. Y ese fue mi entretenimiento toda la noche, estar atento para captar si debajo de aquella delicada tela, tal como yo imaginaba, solo había un chochito al aire.

Fue tanta mi insistencia que creo que se dió cuenta y empezó un juego que a mi me fue volviendo loco poco a poco y a ella debió divertirle mucho. No sé de donde sacó aquella bicicleta de hombre, pero el caso es que allí estaba parada frente a mi y mirándome descarada, cuando ya no podía apartar mis ojos de ella, tan hermosa con su ropa medio transparente, con sus pezones apuntando firmemente al horizonte, creo que duros por la excitación que le producía adivinar lo que yo estaba sintiendo en ese momento, levanto su pierna izquierda para subirse a la bicicleta, que era bastante alta. Entonces confirmé mi suposión, pues en un vuelo fugaz y morboso pude ver la sombra oscura de su bello púbico y la piel sonrosada de sus nalgas.

No fue a ninguna parte, simplemente permaneció alli, junto a los setos en el rincón más discreto del jardín, subida en la bicicleta, parada y moviendose ritmicamente, de forma enervante, frotándose contra la punta del sillín, puntiagudo y sexi. Mi verga comenzó a moverse bajo mis pantalones. Mi cabeza empezó a perder el control, sentía electricidad en mis manos del deseo tan urgente que sentía de tocarla. Ella reía con lascivia y cuando vió que me acercaba, tembloroso por el deseo de tocarla, puso en marcha la bicicleta y desapareció entre los arbustos.

La seguí desesperado, no quería dejar de contemplarla, la necesitaba ahora mismo. Ya.

Afortunadamente estaba allí, recostada en un arbol, con una sonrisa que invitaba a todo, en su boca y aquella faldita mínima y transparente, cubriendo a medias su culo, que me ofreció, al verme llegar, como si fuera un regalo. Mis manos se apoderaron de aquella hermosa luna sonrosada y la exploraron ansioso, la risa de aquella mujer me sacaba de quicio, me ponía a mil por hora, así que adentré mi mano entre aquellos rizos un poco húmedos y metí mis dedos hasta sentirlos rozando las paredes de aquel hueco delicioso. La follé, la follé ¿O tal vez fué ella la que me folló a mi? no lo sé pero aún resuenan en mis oidos los gritos salvajes y los suspiros de aquella especie de demonio lujurioso que había conseguido de mí todo mi semen hasta la última gota.

Camila Lasciva

Saturday, July 10, 2010

Ombligo

Anónimo



Y entonces bajo el pretexto del calor
ella levantó su blusa
dejándome ver el paraiso de su ombligo,
y no pude volver a dormir más,
en mis sueños me veía recorriendo esa piel,
tocando esa textura,
rodeando sus bordes,
desentrañando su belleza
y despertaba en sobresalto...


Canis Lupus Baileyi

Monday, July 5, 2010

Ignora

Michelle


Ignora otra vez mi corazón y simplemente tómame
sin consideración
como se toma lo que se te apetece
no te molestes en mentir siquiera
para qué
si el cuerpo de sentirte se te entrega
Ignora todo sentido del pudor y mantenme desnuda todo el tiempo
ni el rubor ni las lágrimas me cubran
sólo tus manos inmensas y tu cuerpo constante
y el perenne deseo varonil de saciarte
Ignora por favor el amor, concéntrate en la carne
no dejes un milímetro a salvo de tu voracidad
y sé un maldito amante añorado y distante
que se pierda en el grito de un orgasmo sin paz

-Mycitlali

Sexo Oral I




Consejos para hacer el sexo oral de nuestra amiga Fela. Es superdivertido e instructivo

Para escucharlo de click aquí.

Saturday, March 13, 2010

Tu embrujo

Fotografía: Bob Carlos Clarke

La verdad él, nunca se imaginó, que cuando en un atrevimiento le tocó la pantorrilla, el contacto de su mano con esa tersa piel, le revelaría con la evidencia del axioma, que había encontrado al ser para recorrer los placenteros laberintos de la carne. Y es que, en el más osado de sus pensamientos, alimentados por los poemas de Pablo Neruda y las novelas de Henry Miller, lo más que pudo definir fue la parsimonia de un encuentro que poco a poco, le iba a mostrar esa verdad, que ahora se postraba con la intensidad de un delgado rayo de luz, en un fugaz parpadeo del tiempo.

Todo encajaba esa noche, en medio de esa multitud, mientras todos miraban estallar los cuetes en el cielo, la caricia furtiva en la pantorilla debajo del pantalón, los hacía disfrutar aún más del espectáculo. Y el estrépito de la gente, servía de arrullo a la complicidad erótica que ya habían establecido y que era fortalecida con esporádicas miradas y besos tiernos, adolecentes.

Tuvo que ser un embrujo, no hay otra razón. Ella debió realizar conjuros para conocer todas sus fantasías. De otra manera no se entendería como le adivinaba todo, porque cada deseo imaginario de él, ella lo hacía realidad. Y también, de manera independiente, él debió hacer vudu o intercambiar algo por la felicidad, ya que, en cada beso, en cada guiño, en cada detalle, ella vibraba toda. Incluso las ondas hertizianas de su pésima dicción, le llegaba como una dulce caricia a su entrepierna.

A veces ella era atrapada por un temor que había adquirido de niña y sentía un gran desamparo que la hacia mirar hacia el horizonte en medio de cavilaciones. Y entonces pensó: “Qué era verdad que la fuerza del miedo pudiera crear las religiones”, y enmedio de esa reflexión sintió la mirada que con infinita ternura le explicaba que el mundo esta lleno de retórica, qué el amor no es un papel firmado y que la frase “te amaré para siempre” no era verdadera en un lugar donde la vida no es infinita. Qué desechara esos temores que la sociedad había inventado para fortalecer instituciones, pero que hacían infeliz a la gente por no dejarla vivir de manera plena cada instante. Todo esto se lo decía en voz baja, despacio, como un secreto, hasta acurrucarla en su pecho donde ella se quedaba plácidamente dormida.

El eros destilaba en cada uno de sus poros. Mientras la recorría con su aliento le susurraba un poema de Julio Cortázar “donde lentas e imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes” y ella se extremecía al sentir el vaho que la acariciaba desde la estratósfera de su piel, y siguiendo el rito del poema se ovillaban y desovillaban en “esa maraña de caricias que nos convertía en un ovillo blanco y negro”. Cada encuentro estaba lleno de sorpresas, él claudicaba embrujado de placer ante las coqueterías de ella, ese pequeño detalle que lo enloquecía estaba siempre presente, y ya enloquecido, la llevaba al paraiso, lugar que ella anunciaba con un enorme grito sin importarle el vecindario.

Y cómo no iba a anunciarlo así!, si él la lamía toda, como un niño lame su caramelo favorito. Su aspera lengua recorría cada rincón de su piel con la paciencia de un monje tibetano. Lentamente su recorrido se acercaba a los lugares que la hacían extremecerse, un milímetro de cercanía en cada viaje periódico, hasta que finalmente arribaba al lugar exacto; lugar que ella venía aclamándole desde la mitad de su prolongado viaje. Una vez ahí, él, embelezado probaba de sus paradisiacos jugos y en cada sorbo ella gemía pidiendo que no parara, que la degustara sin límites, sin inhibiciones. Y entonces cuando ella comenzaba a ser invadida por un cosquilleo infinito él la penetraba llegando con su virilidad al lugar que su lengua no había podido alcanzar, al principio despacio con el cuidado con que se toma un hermoso prisma que ha formado la tierra en millones de años, subiendo el ritmo poco a poco hasta alcanzar la velocidad del vértigo que los llevabaría juntos a terminar extasiados, él en una blanca explosión y ella con esa sensación de caída a ese abismo de placer que le arrebataba un enorme grito.

En una ocasión mientras ella se arreglaba frente a un espejo, abrió el compás de sus piernas para medir la flexibilidad de la falda. Ese movimiento fue aprovechado por él para sujetar sus tobillos contra el suelo y formar así las columnas de su templo, como inicio de su veneración comenzó lamiendo sus tobillos fijos al piso, recorriendo con esa caricia las distancias de sus piernas, mientras la recorría de abajo hacia arriba disfrutaba de la entrepierna que comenzaba a hemedecerse debajo del diminuto atuendo blanco. Ella se sintió placenteramente presa de la inmobilidad que la llevaría sin remedio al abismo de las sensaciones, le excitaban tanto los atrevimientos con que él frecuentemente la atrapaba, entonces resignada al placer, se dejo sentir, se dejo acariciar con el atrevimiento de esa lengua que terminó por quitarle su íntima prenda y descubrir esa humedad que recibió con ansias su miembro erecto.

Se amaron en varias ciudades y pueblos, sus corazones latían al encontrarse en lugares para ambos desconocidos, el cariño, la ternura y la complicidad, iban creciendo al mismo rítmo que la pasión y la sofisticación en sus estrategias de seducción.
Sin embargo ella estaba confundida, no entendía porqué las cosas estaban pasando así: vivir tan intensamente, en tan poco tiempo y en una relación que parecía no tener garantías, que podría terminar mañana. ¿Porqué de manera tan intempestiva había llegado todo?, pensaba. Y lo único en que terminaba su pensamiento, en ese ir y venir de reflexiones, en medio de esa angustia por encontrar explicación, era entender qué la había llevado hasta ahí, en precisar el momento en que surgió la chispa que originó el incendio de pasión que seguía creciendo en el infinito bosque de sus más profundos deseos.

Tanta emoción arrebatada le daba miedo, y sobre todo, le daba miedo, seguir dejándose llevar por el caudal que ese ser repre- sentaba, ese ser que desconoce el mañana por temor a perderse el presente; cuando todos, absolutamente todos, necesitamos creer que nos aguarda un futuro. ¡No pudo más! Y entonces, el dia 12 del último mes, cuando la luna estuviera más cerca de la tierra y mostrara su mayor esplendor y tamaño, fue a consultar a un viejo brujo de la Sierra Madre Occidental, que apoyado en la aproximación de la luna a su perigeo, le aconsejó que se alejara, que pusiera distancia, que desde la cima podría ver hacia donde la llevaba ese caudaloso río.

Entonces ella, para darse un espacio a la reflexión sin el mareo de esa pasión que la vencía, le pidió que dejara de verla con esa intensidad, que ya no le escribiera esas palabras peligrosas que acostumbraba enviarle... El tiempo se detuvo. Él miraba con nostalgia el atardecer en medio de los sahuaros, les platicaba sus cosas, les preguntaba como ellos amaban, pedía en los mercados polulares recetas de cocina de tradiciones milenarias de mesoamérica buscando que el sabor tuviera respuestas a sus inquietudes, deambulaba por las noches entre gatos trasnochados y para mitigar el dolor de la ausencia de su amada, comenzó a escribir el siguiente relato:

“La verdad él, nunca se imaginó que, cuando en un atrevimiento le tocó la pantorrilla, el contacto de su mano con esa tersa piel, le revelaría con la evidencia del axioma, que había encontrado al ser para recorrer los placenteros laberintos de la carne... ”

-Canis Lupus Baileyi

Tuesday, March 9, 2010

Mi sobrino, su amigo y yo

Fotografía: Sebastiam Blom

Sentado en el sofá, viendo la televisión, mi sobrino nos observaba a su madre y a mí charlando sobre la falda que me acababa de hacer, sin prestarnos gran atención.
-Saqué el patrón de ésta revista –dije, señalando una de moda – y me encantó. Mira, no es tan difícil hacerla. Si quieres te hago una.
-No sé, no te creas que a mi me gusta tanto –dijo mi hermana -. La tela, los cuadritos esos..¡¡no me veo con eso!!
Me volví hacia mi sobrino -¿Y a ti te gusta? -Bah,-dijo él – eso es ropa de vieja. No entiendo de eso.
Claro, a mis 45 años tampoco es como para oír que soy una vieja, aunque te lo diga un chavo de 17 años.
- ¿Qué sabrás tú? Todo, lo que no sea ir enseñando, es ropa de vieja. -Mira tía, no me hagas hablar. Eso es ropa de vieja. Yo la haría un poco más larga, con una blusa a juego, color malva, una cuerda en la cintura, y ya tendrías el hábito completo. Incluso mejor, si lo haces en negro.
Le tiré un cenicero a la cabeza. Y le di. Lástima que fuera de plástico. ‘Ábrase visto, el mocoso éste’. -Cuando quieras comprarte ropa de verdad, por poco dinero, y dejar los hábitos a un lado, te llevo a un par de sitios. Pero si hasta mi madre, que tiene 10 años más que tú, insinúa que es ropa de vieja.
Eso fue un golpe bajo. Bueno, un golpe. Es verdad. Mi hermana, con 55 años, no se había mostrado entusiasmada. ¿Y si el chiquillo tenía razón, y estaba muy anticuada? Desde luego, la culpa era de mi marido: 5 años mayor que yo, que tampoco es mucho, pero pasaba completamente de mí. Ese si que era un viejo. 50 años, aparentaba casi 60 y tenía mentalidad de 80. O más. Me estaba llevando a su terreno. Fui a quitarme la falda recién estrenada, hecha con mis manos, y me puse la que tenía anteriormente. -¿Te has cambiado, o es la misma en otro color? –dijo, con tono sarcástico -Mira, menos guasa –la verdad es que el niño me estaba tocando ya las narices. -No te enfades, tía. Lo que pasa es que te hace falta retocar tu ropero. Un poquito de alegría, algo de color, yo que sé.
Mi sobrino había sembrado ya la semilla de la duda. Y empezaba a brotar. Vaya que si brotaba, y rápido. Me daban ganas de arrancarme la falda, hacer con ella una horca y colocar el cuello de mi sobrino en ella.
Me fui a casa. Me cambie de ropa. Miré en mi armario: 8 faldas, el mismo largo, todas oscuras. Camisas y blusas. Todas claras. Vestidos de fiestas: 2. Los dos, en tonos pasteles. ¿Será posible que el mocoso de mi sobrino sea capaz de captar mi falta de vestuario y ni yo misma lo sea? ¿y mi familia, qué? ¿nadie se fija en mi? Me miran, pero no me ven. Rosaura mi hija un día me lo dijo: “mamá, pareces cincuentona”. ¿Cuánto tiempo hacía que no me compraba ropa? ¿era capaz de recordar la última vez que fui de tienda en tienda? ¡Si podía haberme encontrado con Sara García la última vez que lo hice! Me entró complejo de vieja inmediatamente. ¿Cuándo era la última vez que había ido de fiesta, que no fuera una boda, fin de año o las fiestas de mi pueblo? ¿Cuándo era la última vez que había hecho el amor con mi marido? Ni me acordaba de eso. 3 meses. No, más: ¿4 quizá? Sólo conoce dos formas de hacerlo: él encima de mi o yo debajo de él...¡¡Qué estupido!! No: ¡¡yo era la estupida!! Aguantando siempre su panza y su estupida eyaculación instantánea.
Esto había que solucionarlo. Lo de la ropa, quería decir. Lo otro, también, pero no era tan urgente. ¡¡La próxima yo pongo las reglas!!
Volviendo a lo de la ropa. Mi sobrino decía que conocía alguna tienda de ropa ... A lo mejor era buena idea llevarse al niño. Por lo menos pasaríamos una tarde divertida. La alternativa era pasarme la tarde en casa viendo capítulos atrasados de la telenovela de moda, o la tienda. Así que descolgué el teléfono y marqué el número de mi hermana. -¿Está Rodrigo? – Hola, tía, él habla. -Hola ¿No decías que estabas dispuesto a aconsejarme para renovar ropa? -¿Qué? ¿Te has decidido a que la falda esa valga por lo menos para trapos de limpieza? Lo mismo puede servir de mantel...o unas cortinas -No te pases, sobrinito, no te pases. ¿Vamos a la tienda qué dices? -Yo iría, pero pasarán por mí dentro de 2 horas -Anda ya. ¿Te estás rajando? Ya decía yo...mucho hablar, mucho hablar, pero se te va la fuerza por la boca. –Tía tengo cita con Luis en dos horas. -Bah, en dos horas da tiempo de sobra. -¿Una mujer, comprando ropa, dos horas? No lo creo.
El niño me iba echar a perder el plan, después de que me había decidido. Mira, vamos, dos horas nada más. Después te largas. Y además, por las molestias, te compro algo a ti –un silencio al otro lado de la línea. -Dos horas, ni un minuto más, eh. Pero ¿cómo vamos? Donde yo digo es en un centro comercial que hay en las afueras, y hay que ir en coche para llegar...Tú no tienes licencia y yo no tengo coche. -Espera un momento. Miré por la ventana. La monovolumen estaba estacionada justo en la puerta. Y las llaves...miré en un cajón, en otro, y ¡listo! Unas llaves de repuesto -Bueno, tenemos el coche de tu tío. ¿No dices siempre que te gusta la Voyager? Pues hoy la puedes conducir, claro, si te atreves. Diez minutos más tarde, estaba tocando el timbre de la puerta.
Llegamos al centro comercial, y me dirigió directamente a una tienda. Anduvimos revolviendo trapos. Desde luego no era mi estilo para nada. Pero de eso se trataba, de cambiar de estilo. Tomé 4 o 5 prendas, y me fui a los vestuarios. Nada quedaba a mi gusto. Me veía fatal. A mis 45 años todavía estaba delgada. Había ensanchado algo de caderas, pero mantenía, más o menos la figura. Salí del probador con cada prenda, y el hacía un gesto. Regular, bien, mal, esos eran los calificativos. Pero no nos convencía la ropa que había elegido para probarme. Entonces él empezó a traerme cosas. Más vistosas, más coloridas, más atrevidas. Me trajo un pantalón a las caderas. -Tía, te queda de maravilla. -Pero esto es para quinceañeras, no para mí. -Mira, esto te quita lo menos 10 años de encima. Además, tienes cintura, como para lucirlo. Ahora necesitamos una camiseta que te deje el ombligo al aire. -¡¡A ver si me vas a vestir de muchacha a mis años!! -Pero si te queda genial. Cuantas quisieran tener esas formas, y no digo a tu edad, digo en general. “No sabía yo que mi tía estaba tan buena...” No te pases sobrino!!!
Aunque le repelaba, la verdad me quedaba bien. Además, este capullo de sobrino me había conseguido sonrojar. Seguramente lo decía por cumplir, pero me estaba halagando. Me trajo otros pantalones vaqueros. Alcánzamelos, le dije yo desde el probador Corrió la cortina un poco para darme los pantalones. Yo me había quitado los anteriores, y estaba en calzones. Se quedó mirando. -Como le dijeron a Brigitte Jones, ¡Vaya pedazo de pañal! -¡Cierra la cortina, recriminé!- bajando la voz. -Pero si te puedes hacer unas cortinas con ella-. Se quedó dentro del probador con las cortinas cerradas. -No sé como te vas a probar estos-. Eran de cintura baja. Me los puse, y claro, se veían mucho la pantaleta por arriba. Me bajé la parte de arriba de la pantaleta, lo suficiente para que no se vieran por el pantalón. La verdad, había que bajarlas mucho. Pero el pantalón me quedaba genial. Me ajustaba perfectamente, y me hacía un culo precioso. Me traía también una camisetita, que dejaba el ombligo al aire. Rodrigo seguía en el probador. Si le echaba iba a parecer una mojigata, así que me quité la blusa, y me quedé en sostén. Él lo miró y no dijo nada -¿Qué?- -Nada, nada, no digo nada. -¿Qué? Dilo, a ver. -Pues que hay armaduras medievales menos compactas que ese brassier acorazado que llevas. Pero es que yo tengo mucho pecho, y necesito algo que me sujete bien, dije agarrándome los senos. -Las tienes grandes, pero yo tengo amigas que las tienen así y no llevan ese tipo de sostén. Vamos a tener que renovar también tu ropita interior, eh. La verdad, hacía mucho que esas cosas no me preocupaban. Solo buscaba funcionalidad. Bueno, ya casi ni eso. Me compraba la ropa interior en los mercadillos. 50 pesos un sujetador. 3 pares de calzones, 50 pesos.
Mi sobrino, de nuevo tenía razón. Bueno, no me era cómodo ir a comprar ropa interior con un chico, pero tampoco tenía muchas opciones. Podría ir con hermana, tan anticuada como yo. Podía haber invitado a mi marido, que habría salido corriendo hacia el bar más próximo con cualquier excusa. Sólo me quedaba él. Estaba hecho. Si quería seguir probándome la ropa que sugería él, era necesario un cambio de ropa interior. Me decidí por el pantalón de cintura baja y la camiseta del ombliguito al aire, y salimos de allí en dirección a una tienda de lencería. Empezamos a ver conjuntitos: tangas, culottes, sujetadores. Entré al probador con un conjuntito discreto, seleccionado por él: culotte y sujetador a juego. Le dije a la dependienta que me diera su opinión, pero no me convenció. Solo quería vender. Todo me quedaba estupendo. Así que, con algo de apuro, le dije a mi sobrino que pasara al interior del probador y me diera su opinión. Antes le expliqué a la dependienta: ‘es mi sobrino y es gay’ para evitar malentendidos. Rodrigo me dijo que lo de ‘gay’ me lo podía haber ahorrado. Me dijo que me quedaba estupendo. Empezó a colocarme los tirantes del sostén, a colocarme bien la braguita. Bueno, empezaba a tocar más de la cuenta. ¡¡Pero era mi sobrino!! Y además, el roce de sus manos jóvenes, suaves, me estaba gustando.
-A ver, tráeme alguna otra cosa- le dije, para no salir en calzones por la tienda. Seleccionó una braguita tanga y un sostén sin tirantes. ‘Con algunas camisetas te quedaría bien sin ellas’ me dijo. Entraba y salía del probador con descaro. Yo ya ni me molestaba en cerrar la cortina. Total, estábamos los tres solos en la tienda: la dependienta, mi sobrino y yo. No obstante, mi sobrino, muy discreto, esperaba a que me hubiera puesto la ropa, y no entraba hasta que yo lo decía. Pero ya no tomaba en cuenta estar en ropa interior delante de él. Uno de los sujetadores era muy transparente. Se veían perfectamente mis pezones, a pesar de que, por ser yo de piel muy blanca, son muy claros. Se lo hice ver a mi sobrino. -Éste no, que se ve todo.
-¿Y qué? ¡Pruébalo! A mi tío le gustará.
¿Tu tío? Valiente esperanza. Tu tío ya no se fija. Pues que tonto, con lo que tiene para ver, tía. Además, este te hace un canalito muy interesante- y pasó sus dedos por el canal entre mis tetas. –Mhhh, me dijo, refiriéndose a mis pezones, que rápidamente respondieron, poniéndose duros. - Si no tocaras lo que no debes... La dependienta vino con otro sostén, más transparente todavía. -Mire, este realza mucho el pecho. Tiene un refuerzo en la parte de abajo que sube el pecho un poco, y hace que por arriba tenga una forma mas redondeada. Es tipo WonderBra, pero es más natural. Miré el sujetador, pero no me convencía. Es parecido al que llevo yo, y es muy cómodo. ¿El chico es gay, verdad? Esto...sí, sí.- Se alzó la camiseta de tirantes que llevaba, justo cuando pasaba mi sobrino para traerme algo más. - Le decía a tu tía que éste queda muy bien, que realza mucho el pecho- Mi sobrino se quedó mirando, tratando de parecer natural. -Si, pruébatelo. Dejó el modelito y se marchó. Cuando se retiró al mostrador, dije a mi sobrino: ¿Ves? Por decir que eres gay, le has visto las tetas a la chica. - Le he visto el sostén, y además me gustan más las tuyas. - No te pases sobrinito. ¿Cómo vas a preferir las tetas de una vieja como yo antes de un bomboncito como ese? - Si, si, vieja..., me dijo él, mirando con descaro mis pechos envueltos en el sostén anterior.
El comentario me halagó. Estaba resultando entretenida la tarde, más de lo que yo había pensado. Sin pensarlo demasiado, porque si lo pienso no lo hago, me quité el sostén, con la intención de probarme el modelo que me había traído la dependienta, pero con la intención, no declarada de que mi sobrino me viera el pecho desnudo. Se quedó mirando fijamente. No se movía, no parpadeaba. Recargo la cara sobre su mano. Tardé un poco en colocarme el sujetador, para que pudiera mirar todo lo que quisiera ¿Qué? Pensé que me aproximaba al cielo.
- Bueno, las tengo grandes y por el peso se van un poco hacia abajo. Pero se sostienen ¿no? - Ya veo, ya veo. Y sigue erecto el pezón, y yo no estoy tocando nada, eeehhh!! Era verdad, estaba excitada. No quería reconocerme a mi misma que me estaba poniendo la situación excitada, pero debía estar mojando ¡las tangas!. Miré entonces, instintivamente hacia su pene. La tenía tiesa, larga el muy descarado. Mucho bromear, mucho aparentar que era inmune a la excitación y que la escena le parecía tan normal, pero allí estaba, con su pene delator haciendo de mástil en su pantalón. Mis instintos de hembra, que llevaban mucho tiempo sin tocar, se apoderaron de mi mano. Le agarré el pene, bromeando. Lo tenía durísimo. - Yo tendré los pezones erectos, pero a ti se te ha puesto durita. - Y que quieres, con una hembra como tú delante.
Ya no sabía si controlarme, o descontrolarme del todo. Me apetecía hacer una locura, pero no era plan. Solté el pene, mirándole fijamente y sonriendo. - Como vuelvas a hacer eso, te toco las tetas- me dijo. Mi mano, como si tuviera un resorte volvió a coger su pene, apretándoselo, retándole. -No serías capaz.-..Pero lo fue. Casi de forma inmediata, puso su mano en una de mis tetas, y empezó a masajearla. A diferencia de mí, que tenía su pene cogido de forma brusca, él agarró uno de mis pechos desnudos con delicadeza, sobándolo, masajeándolo, entreteniéndose acariciando el pezón. Yo rebajé la presión que ejercía en su verga, y la acaricié. - Si tú sueltas, yo suelto- me dijo. Yo no tenía ninguna intención de soltar. Empezamos a oír los pasos de la dependienta. - Si tú sueltas yo suelto- insistió. Los pasos se acercaban, y ambos estábamos calientes. Ninguno quería acabar aquello. Los pasos sonaban justo al lado del probador.
- ¿Qué tal le queda?- dijo la dependienta retirando la cortina, casi a la vez que ambos nos separábamos. - Un momento, que todavía no me lo he probado- dije ante la mirada extrañada de la dependienta. Tenía mucho calor. La sangre se había agolpado en mi cara, en mi cerebro...y en mi sexo. Notaba los latidos de mi corazón. Como pude, me coloqué el sujetador. No me quedaba mal. Era casi transparente, pero ciertamente, realzaba mucho mi pecho. Mirando a Rodrigo, dije: -¿Qué tal me queda? ¿Te gusta más que el otro? - Me gusta más cuando te lo quitas- dijo y retiró la tela del sujetador dejando uno de mis pechos al aire. Se agachó ligeramente, metiéndose mi pezón en la boca, acariciándolo con su lengua. - No sigas, que yo el pecho lo tengo muy sensible- dije con los ojos cerrados, disfrutando de la boca de mi sobrino en mi pecho. - No hagas eso- repetí, viendo que hacía caso omiso a mis súplicas. Aparté como pude mi teta de su boca, y empecé a quitarme el sujetador, dispuesta a dar por terminada aquella sesión de sexo prohibido. Era una escena sin sentido: estábamos en un probador de una tienda, era mi sobrino, el hijo de mi hermana, y yo estaba casada, insatisfecha a muchos niveles, ¡¡pero casada!! No podía ser, había que poner fin a esa locura. Al bajar mi mano, todavía con el sujetador que me estaba probando y en busca, toqué algo caliente y húmedo. Sentí una fuerte sensación en la boca del estómago y una excitación totalmente desconocida, o al menos olvidada: mi sobrino se había sacado el pene. Tomando mi mano, hizo que la rodeara con mis dedos. - No me parece justo que yo te toque tu pecho desnudo, y tú tengas que tocarme a mí por encima del pantalón. Así estaremos empatados. - No hagas eso- dije, sin ninguna convicción. Empecé a masajearle el pene, a masturbarle. Mi mano subía y bajaba, mientras mis ojos no se separaban de aquel pene joven, robusto, grueso. Descubría su glande, le masturbaba despacio. Oíamos a la dependienta pasar una y otra vez por detrás de la cortina. De repente, me hizo ponerme de cara a la pared, con brusquedad, dándole la espalda. Yo no quería pensar, estaba dispuesta dejarme llevar. Subió mi falda. Arrimó su pene a mi culo, y desde atrás, comenzó a besarme el cuello, comerme la oreja, masajearme el pecho. Mi excitación era total. Besándome la espalda, bajó su cara hasta mis nalgas, que las mordía despacio. Lentamente, se deshizo de mis calzones. Acariciaba mi culo con una delicadeza y una dedicación totalmente desconocidas para mí. Subió besándome de nuevo la espalda hasta mi cuello, y colocó su verga en mi culo, haciendo que resbalara por toda mi vagina, pero yo resistiendo la penetración. Cada vez que tocaba el clítoris con su glande, me hacía vibrar. Todo esto era una locura, me decía, pero una locura maravillosa. De repente, sonó mi teléfono. Busqué en mi bolso. Era mi marido. Me recordaba que era miércoles, igual que otros muchos, y se quedaría tomando algo con los compañeros de la oficina. De vez en cuando lo hacía, y volvía tarde.
- ¿Todo bien? Te noto agitada.- Es que en la tienda en la que estoy no debe funcionar el aire acondicionado, y hace un calor de miedo. - Bueno, un beso, llegaré tarde.
La llamada me devolvió a la realidad. Sin decir nada, me puse la blusa, metí mi sostén y mis calzones en una bolsa, llevé hasta el mostrador las prendas que me había probado, pagué con una sonrisa circunstancial y saqué a mi sobrino de allí. - Súbete la cremallera, por lo menos- le dije, para rebajar un poco la tensión.- Delicioso- me dijo.-Uuuffff!!! Había quedado con Luís en casa y se me ha olvidado avisarle.- No te preocupes, déjame por aquí y vuelvo a casa andando- dije tratando de que pasara…
Danton y Lucero34 se conocen. Llevaban cuatro días coincidiendo en el chat. Habían sintonizado muy bien. Desde el primer momento, cuando Lucero34 le abrió un privado, la conversación había sido muy fluida y entretenida. Danton prefería esperar a que le abrieran un privado, más que lanzarse él a hacerlo. Eso demostraba cierta predisposición por parte de ella. Así era más fácil. Luvero34 era separada, o al menos eso decía. 34 años, seguramente alguno más, trabajaba como vendedora en una inmobiliaria. En los 4 días que llevaban chateando habían profundizado mucho la relación. En el chat todo va muy rápido. Cuatro días es como toda una vida. Ya sabían sus gustos mutuos, sus aspiraciones, sus ilusiones. Se habían confesado sus fantasías, incluso las sexuales, por supuesto. La última conversación había sido muy caliente. Ella le contó como había sido su primera vez, qué postura prefería, el tamaño de sus pechos, el color de su ropa interior. Le contó también que una vez había tenido una pequeña aventura lésbica, en el instituto, y que una de sus fantasías era repetirla. Danton le contó las suyas: hacerlo con dos chicas a la vez, hacerlo con alguien de otra raza, practicar por primera vez el coito anal. ¿No lo has probado nunca? escribió ella. Bueno, a mi no es que me vuelva loca, pero si a la vez que me la meten me tocan el clítoris, me masturban con la mano, me gusta, llego a venirme. Al principio molesta un poco. Pero para eso está la vaselina y la destreza del que la mete... Danton le propuso hablar por teléfono, por primera vez. Tenía un teléfono especial para estas cosas, uno que su mujer no conocía. Se habían vuelto a comentar sus fantasías, sus mejores experiencias. Ella le contaba que una vez lo hizo en la playa, con su ex marido, de forma disimulada, pero que la excitó muchísimo. Desde entonces, la excitaba mucho hacerlo en lugares públicos, donde el riesgo de ser descubiertos añadía un morbo adicional. Danton le contó como una vez estuvo a punto de quedar con una pareja para montar un trío. Al final, no se atrevieron, y tuvo que conformarse con masturbarse pensando en ello. También le contó como una vez lo había hecho con una compañera de trabajo en el baño. Ambos terminaron corriéndose al teléfono. Después de aquello, esperó hasta el miércoles. Ese día solía salir a veces con los compañeros de la oficina, a tomar algo, aunque hacía ya más de un año que no lo hacían. Pero para él, era una excusa perfecta, y nada sospechosa ante su mujer. Las tres veces anteriores que había conseguido quedar con alguien lo había hecho ese día, y todo había resultado totalmente creíble ante Patricia, su mujer. Llamó por teléfono a Lucero34 y le propuso quedar. Después de algunas dudas, Lucero34 aceptó. Quedarían para cenar y para charlar, nada más, eso pareció quedar muy claro. Quedaron en el restaurante de un conocido hotel. Él cogió varios preservativos y los metió en la cartera. Ella prescindió de las bragas, aunque por las dudas se colocó un sujetador sencillo pero provocativo. Eligió un vestido ajustado, que marcara bien todas sus formas. Se había cuidado, y llegaba a sus 34 supuestos años en todo su esplendor. Antes de entrar en el restaurante, él tuvo la precaución de llamar a su mujer. Le dijo que regresaría tarde, que tenía miércoles de empresa, es decir, se quedaría hasta tarde tomando algo con los amigos. Ni siquiera pasaría por casa. Ya comería algo por ahí. En el restaurante del hotel, la cena ya fue muy caliente. Sobre todo cuando Lucero34 le dijo a Danton que no llevaba nada debajo de la falda. Él deslizó su mano bajo su vestido, para comprobarlo. La comprobación duró lo suyo. Mientras aparentaba degustar un bocado de su ensalada de aceitunas con roquefort, degustaba en realidad el dedo que entraba y salía de su ya muy lubricada vagina. Veía como se marcaban sus pezones en el vestido. No llegaron a los postres. Pidieron la cuenta y se fueron a la recepción, casi sin hablar, de forma automática. Ambos estaban muy excitados. Subieron a la habitación, pero en el ascensor se fundieron en un largo y sensual beso. Danton metía la mano por debajo de su vestido, buscando su sexo húmedo. Con la otra mano tocaba su pecho, notando su pezón firme, tieso y duro que no dejaba duda sobre el estado de excitación de su dueña. Ya dentro de la habitación, él subió su falda. Su vagina semi rasurada apareció como una imagen divina. Solo un hilito central de pelo. Empezó a comérselo allí, de pie, junto al televisor, mientras ella cerraba los ojos. Un gemido. Si continuaba comiéndoselo, se iba a correr allí mismo. No quería hacerlo en la cama: eso ya lo hacía con su mujer. Quería otras cosas. Lucero34 era una maestra indiscutible. A saber donde habría aprendido a hacer esas cosas. Se arrodilló, y dijo: ‘Ahora me toca a mi’. Y empezó a mamar. Ni siquiera se entretuvo en andar besándole el glande. Retiró el prepucio y mamó con auténtica dedicación. Sacaba y metía la verga de la boca, acompañando sus movimientos con la mano. Le comía los huevos, sin dejar el ritmo suave y constante de su mano. Con la otra mano le apretaba el culo. Empezó a masajear su esfínter con el dedo. Él protestó, pero ella dijo: Déjame hacer. Además, ¿no eras tú el que me la quería meter por el culo? Pues tú también tienes, así que déjame hacer. Si eso significaba que por fin iba a probar el sexo anal, podía hacer lo que quisiera. Pero ella era una experta, una verdadera experta. Después de lubricar ligeramente con saliva, metía su dedo mientras imprimía un ritmo muy adecuado con la boca. Seguía de rodillas. Él apretaba el culo mientras se sentía penetrado. Si te quieres venir en mi boca, hazlo, pero te advierto que luego me la vas a tener que meter, a mi no me dejas así. Sus dos manos y su boca eran demasiado. La corrida fue tremenda, inundando de semen su boca. Ven a la cama y reponte un poco. Mastúrbame mientras, que yo ya estoy que exploto. Me lo puedes comer de nuevo o me puedes hacer con la mano, lo que prefieras. Después me la vas a meter hasta los huevos, y cuando esté a punto, me la metes por el culo. He traído la vaselina, por si acaso. Seguro que consigo que te vengas de nuevo en mi culo. Y si no, en mis tetas, en mi vagina, o en mi boca de nuevo.
Mi sobrino conducía en silencio, con cara de alegría morbosa. No hablábamos. Mi excitación se estaba transformando en arrepentimiento. Él iba tranquilo, cambiando la emisora de radio. Intentaba charlar, y bromear. Yo le miraba y sonreía, pero ni siquiera le escuchaba. - Tía, no pasa nada- me dijo. -No hemos hecho nada, así que no te enojes conmigo. - No estoy enojada, de verdad- atiné a decirle. - Pero me siento tan...rara. Metiéndonos mano allí, en el probador, con mi sobrino, el hijo de mí hermana. No sé que me ha pasado de verdad. - Pues no te ha pasado nada. Eres una mujer y estás muy buena; y peor aun tía, estás muy desatendida, digas lo que digas. Es un desperdicio.
Llegamos a la casa y en la puerta estaba su amigo Luís esperándole. ¿Dónde te metes? Llevo aquí casi una hora, llamando al timbre, y nada. No sabía si irme o esperarte. ¿Es tu tía?- dijo mirando hacia mí. Ante mi asentimiento añadió: Guau!!!, es igual que tu madre, pero más joven. El comentario, claro, me halagó. El chico era una monada. moreno, alto, ojos claros. Una auténtica monada. A ver si ahora resultaba que me estaban empezando a gustar así, chavitos. Pero no, siendo objetiva, el chico era muy guapo. - Lleva un botón desabrochado- me dijo. Miré mi blusa. No llevaba sujetador, y tenía no uno sino dos botones desabrochados. Se me veía casi toda una teta. Perdón, que cosas- dije yo abrochándome y sonrojándome un poco. Entramos en la casa y me fui directa al baño. Me refresqué un poco. Con papel higiénico limpié un poco mi coño, totalmente mojado todavía. No llevaba calzones: los había dejado en las bolsas de la ropa que había comprado. Cuando regresé los dos chicos estaban hablando. - No mames, que rica esta tu tía ¿no? Le he visto casi toda la teta. Mira como me ha puesto- supuse que le estaba señalando la erección a mi sobrino. -Iba sin brassier, y tiene unas lindas tetas. ¿les has visto las tetas? - No te pases que es mi tía. - ¿Pero se las has visto o no?
En ese momento entré yo, sin dar pie a que mi sobrino respondiera. Haciéndome la distraída pregunté: ¿De qué hablaban? - Tonterías nuestras, no te preocupes tía. - ¿Qué compraron? preguntó Luís. - Yo nada, mi tía se ha comprado unas cuantas cosas. Es que está algo anticuada en su ropa y la he llevado a ver si la renovaba un poco. - ¿Puedo ver lo qué compraron?- Antes de que pudiera responder ya estaba husmeando en las bolsas. Sacó la camiseta de tirantes. -Muy bien, está re que te bien. ¿Qué tal le queda? - Ajustadita, le queda muy bien. Le marca mucho el pecho, pero lo queda bien- respondió Rodrigo. - No te pases sobrino. - Tía, Luís es de confianza. ¡¡No pasa nada!! Esto es para llevarlo sin brazier ¿no? - Si señora, tenemos una amiga que así las usa. - Bueno, bueno, sin sostén lo llevarán las chavas de tu edad. Yo tendré que llevar uno. -¿Por qué no se lo prueba?
Estaba un poco apurada. Luís sabía muy bien lo que decía y yo seguía mojada. No era cuestión de hacerle pasarela a éste par, pero me lo había comprado para ponérmelo. Estábamos con la puerta cerrada. Podría tener una opinión sincera. Miraba a ese chico. Por Dios que era guapo. Fui al baño con la camiseta, y me la probé. Se marcaban las tetas perfectamente, sobre todo los pezones. Como tardaba en regresar, mi sobrino vino al baño. - ¿Qué pasa? ¿Te da pena venir? - Un poco. - No te preocupes, de verdad, Luís es de confianza. - Es que se me marca todo. Da igual ir con ella o sin ella- dije, subiéndome la camiseta. Miré a la puerta y allí estaba Luís. Yo estaba con la camiseta subida. Luís no dejaba de mirarme a las tetas. Me bajé rápidamente la camiseta, pero mi sobrino, cogiendo mi mano, empezó a subírmela de nuevo. Se metió en la boca uno de mis pezones, ante los ojos alucinados de su amigo. Sin poder evitarlo, éste puso la mano en mi teta libre y empezó a masajearla. El chico era una monada, y mi sobrino me estaba mamando de nuevo. Yo seguía excitadísima desde la tienda de ropa, y...me dejé hacer. Me abandoné completamente. Luís se metió la teta en la boca y metió su mano por debajo de la falda. - ¡No lleva nada! -dijo asombrado. Pero ya no hablábamos. Oveja que habla, bocado que pierde. Yo tenía los ojos cerrados, disfrutando de la mamada de mis tetas simultánea que me estaban haciendo. Decidí dejar de pensar, dejar que la naturaleza siguiera su curso. Yo estaba deseando que...no sé...que me penetraran. Estaba deseando que me tocaran, que me penetraran. -No sigas, por favor... Dejamos el cuarto de baño y fuimos al salón. Me terminaron de desnudar, y se desnudaron ambos. ¡Que par de vergas! Ni en mis sueños mas calientes habrían aparecido nunca dos ejemplares así, y los dos para mi sola. Me tumbaron en el sofá. Luís empezó a comerme la vagina con auténtica maestría. Y tenía el pene de mi sobrino para mi, para comérmela, pajearla. Él se dejaba hacer, mientras yo le colocaba en una postura más cómoda para todos. Luís se masturbaba mientras me comía el culo. Sacándome el pene de la boca y mirándole a los ojos, dije a mi sobrino: métemela!! Métemela por favor!!. Cambiamos de posición. Mi sobrino se tumbó. Su puso un condón. Yo me inserté en ese pene grueso, no muy grande, pero grueso, y me dispuse a deleitar mi boca con la verga de su amigo. Intenté hacerlo lo mejor posible, no quería quedar mal con ninguno de los dos. Se la comía, se la succionaba. Noté que Luis se iba a venir. -No te vengas en mi boca –intenté decirle – - pero fue demasiado tarde. Se estaba derramando totalmente allí. No me atrevía a sacarla, y aguanté toda la venida, sin inmutarme. El semen me caía por los labios, mientras mi sobrino, atento a lo que estaba ocurriendo, no paraba de meterla y sacarla. Me comía las tetas de una forma única, inigualable. Entonces me vine. Por fin llegue. Fue un orgasmo monumental. Un orgasmo después de muchos meses, muchísimos meses, sin llegar. Un orgasmo que casi me hace tocar el cielo. Y con un pene en la boca. Paramos un poco para reponernos.
-Tía, déjame metértela por el culo. - Nunca lo he hecho, por el culo. Creo que no me gusta mucho. Duele. Tu tío insiste mucho, pero yo no quiero. -Mira, si te duele, paramos. - Pero nunca lo he hecho por ahí. - Me gustaría venirme en tu culo. Y si no te importa, sin condón.
Lo pensé un poco mientras me acariciaba el clítoris. -Si yo digo que pares, paras- le dije –Además, otra condición. Tienes que hacer una cosa que yo no he visto nunca, y que me pone caliente solo de pensarlo- Se miraron. -Si nos dejas a los dos que te cojamos por el culo, lo que quieras –dijo Luís – Lo que quieras – repitió -Que se masturben delante de mí. Tú a él, y él a ti. Me calienta mucho pensar en dos hombre haciéndoselo uno al otro. Nada más que eso-. Los dos se miraron, se encogieron de hombros, y empezaron a masturbarse.
Al principio, con algo de pena, pero pasados unos minutos, con gran dedicación. Estaban a punto de nuevo. Si los dejos seguir, habrían acabado viniéndose. Nunca lo reconocerán, pero les gustó jalarle el pene a su amigo. Me puse a cuatro patas. Luís primero, mientras mi sobrino se la tocaba. Le estaba gustando eso de verme coger. Ensalivó un poco mi culo, pasó su glande varias veces por mi esfínter y apretó. Su verga resbaló y acabó penetrándome de nuevo por la vagina. Se la saqué. Mejor si apuntaba yo. -Despacio- le indiqué Y despacio la empezó a meter. Metió la cabeza, y la sacó. Metió un poco más, y la sacó de nuevo. A la tercera, metió la verga entera. Empezó a meter y sacar. Tomé la mano de mi sobrino y la llevé a mi clítoris. -Esta mano aquí –le indiqué. Me estaba masajeando muy bien. Yo concentraba mi mente en el clítoris, para evitar pensar en el dolor. Al cabo de unos minutos, la verga de Luís entraba con toda libertad. Mi culo estaba totalmente dilatado. Pensaba en mi marido. Cuantas veces me había pedido darme por el culo, y yo me había negado. ‘No es lo mismo’ me decía a mi misma, ‘no es lo mismo mi marido, que estos dos cabrones adolescentes, complacientes y cuidadosos, que me están haciendo enloquecer’. No le dejé que se corriera. Saqué mi culo y me moví. Tumbé a mi sobrino de nuevo, en el suelo, y encima de él, de espaldas, me la fui metiendo, sin ningún esfuerzo. Me movía, y marcaba yo el ritmo. Empecé, simultáneamente a jalársela a su amigo. Que guapo era. Tan moreno, esos ojos. Y que pene. Se la jalaba con la mano libre y termino por bañarnos a los dos. De nuevo abundante, como la primera. Después me corrí yo, ahora gritando y gimiendo sin límites, pues ya no tenía nada en la boca, como la primera vez y mi sobrino sabía bien como hacerlo. Después, solo unos segundos después, sentí como mi culo se inundaba de su leche caliente.
De regreso a casa, cuando se despidieron Danton y Lucero34, eran casi las 2 de la mañana. Había estado genial. Que rico había estado. Comprobó que no quedaban restos de carmín, de pelos, ninguna señal delatora. Había pagado la cena y el hotel con dinero en efectivo. Tiró la factura. Apagó y escondió el móvil en la guantera del coche, en un rinconcito que había descubierto. Lo dejaría apagado por lo menos dos semanas, para evitar que Lucero34 pudiera llamar. Ya habían conseguido el objetivo, y había resultado fantástico. No era cuestión de estropearlo todo, volviendo a quedar y arriesgándose a tener una aventura continuada que diera al traste con su matrimonio. Y no es le que importara mucho. Pero todos los trámites de una separación, el arreglo de la cuestión económica, todo eso no compensaba. Mejor estas cogidas esporádicas, que le mantenían a uno vivo. Recordó que ni siquiera le había preguntado el nombre. ¿Para qué? Seguramente le habría dicho uno falso, igual que él si se lo hubiera preguntado ella. Llegó a casa y su mujer estaba en la cama. Lo normal. Procuró no hacer ruido, pero ella estaba despierta. -¿Qué tal la cena? -Muy bien, muy divertida como siempre. ¿Y tú? ¿Compraste muchas cosas? -Un par de conjuntitos muy modernitos, y algo de ropa interior. Me acompañó mi sobrino. -Mejor, yo no tengo paciencia para esas cosas. Ya mañana me los enseñas – añadió, de forma mecánica, con total desinterés. No hablaron más. Él se dio media vuelta y ella también. Él se durmió pensando en la mamada y la enculada que acababa de hacerle a Lucero34. Lastima, no le había preguntado ni su nombre. Qué más daba. Seguramente le habría dicho uno falso. Estaba agotado, totalmente seco. Ella se durmió sin conseguir apartar de su mente aquellos dos chavos, comiéndole las tetas, penetrándola, metiéndosela por el culo. Todavía tenía el sabor del semen en la boca. Ni siquiera quiso lavarse los dientes esa noche.
Luis llegó a su casa casi de noche y feliz. Qué experiencia. No se la creía. Se había follado a esa hermosa mujer, le habían hecho una mamada terrible, había dado por el culo. Le había hecho incluso una buena chaqueta a su amigo. No podía evitar seguir todavía muy excitado. Estaba tumbado en la cama y miraba su erección. Le dolía un poco, pero estaba pensando en masturbarse de nuevo. Oyó la puerta de la calle: era su madre, que volvía a casa de una reunión. Esperaría un poco para masturbarse, después de que todos se hubieran acostado Amparo Villaseca, muy conocida en el chat como Lucero34, 43 años, directora financiera de una conocida empresa de transportes, casada, con dos hijos de 15 y 18 años, entró en su casa. Todavía se sentía húmeda, y aún notaba el esfínter anal muy dilatado. -¿Qué tal ha ido la reunión? –dijo su marido -. Tu hijo Luis ha llegado hace un momento -Uff, mañana te cuento. Muy larga, pero muy productiva, pensó para sus adentros: ‘Pues eso si que es verdad’. Fue a su cuarto y se quitó la camisa. En sujetador, fue a ver a su hijo Luís, que tenía todavía la luz encendida. Siempre lo hacía, y todos en la familia solían pasear por la casa en ropa interior. -Suerte con el examen de mañana –le dijo. Estaba en calzoncillos, tumbado en la cama, hojeando sus apuntes. No pudo evitar mirar su pene. ¡Que barbaridad, estaba cargado! ¡Y qué generosa parecía haber sido la naturaleza! ‘Cuantas alegrías va a repartir por el mundo, con esa cosita’, pensó. Y fue a la ducha a limpiar los restos que pudieran quedar de su tarde-noche loca, y a masturbarse en la ducha pensando en ello. Aunque sus pensamientos empezaron a mezclar la verga que acababa de perforarla, con la erección que acababa de ver en la habitación de su hijo. Cuando las luces de la casa se apagaron, Luís empezó a masturbarse. Pensaba en Patricia, pero su mente empezó a jugar con la imagen de su madre en sosténr y la de las tetas de la tía de su amigo. Ya no era capaz de distinguir una de otra. Su mano seguía un ritmo frenético, sin conseguir apartar la idea de las tetas de su madre de la cabeza...y se corrió, soñando hacerlo algún día sobre ese pecho.
Buenas noches, mamá. Buenas noches, Luís.


Sebastiam Blom

Saturday, February 13, 2010

Fantasía IV

Giovanni-Zuin




No lo podía creer, ver esa delicada y delgada mano recorrer los sedosos vellos negros, aplanándolos como un suave viento que inclina los campos de trigo, le despertaban sus más profundos deseos. La fantasía hecha realidad. ¿Cuántas veces soño esa situación en sus años universitarios, en la soledad mitigada por libros de matemáticas? ¿Cuántas veces mojó su cama con sólo recrear esa imagen? !Y ahora la tenía frente a él ¡ Ella le había regalado ese espectáculo con la naturalidad con que el mar y el sol regalan el bello atardecer. En medio de besos furtivos y caricias candentes, en delicada y elegante retirada, le pidió sentarse con los ojos cerrados en el sillón de en- frente. Y cuando le ordenó que los abriera, ella se encontraba arqueada, acariciándose en medio de sus piernas. Un golpe de adrenalina sacudió todo su cuerpo, inmediatamente cayó en trance, sus ojos fijos no perdían ningún detalle de esa caricia de autocomplacencia, de puro amor propio, de querer sentir la maravillosa sensación gestada quizá en una supernova. Hipnotizado acariciaba ese cuerpo con su mirada, ese cuerpo que ondulaba por la íntima caricia. Cuerpo enardecido por saberse visto y sentirse deseado. El viento iba y venía formando nuevos patrones en ese trigal negro y abundante, en cada ventizca una brisa parecía mojar los vellos centrales que ya vencidos por la humedad, dibujaban un surco exhuberante. De esa hermosa aber- tura poco a poco afloraba un capullo de pétalos. Cada nivel del capullo con su tonalidad mostraba la cercanía al secreto más sublime. Las ventizcas crecieron suavemente y la ligera presión, casi imperceptible en esa entre- lazada humedad, hacían que el secreto emergiera repentinamente en breves tintineos. El perdió la noción del tiempo cautivado por los destellos rosas, un cosquilleo le recorrió todo el cuerpo, un caudal que concentra toda la energía del universo con misteriosos recorridos se dirigian hacia la cima de sus deseos. No supo más de sí, el punto del colapso explotó en una blancura adolescente, tierna, sincera, sin máscaras, espontánea, blancura delatora, blancura de garzas en los manglares de Campeche. Y mientras esas intensas ganas salían sin consideración, se escucharon gemidos provenientes del mar ondulante femenino, sonidos de placer que aumentaban su frecuencia e intensidad al máximo, hasta que las olas pararon para convertirse en un apacible lago.

-Canis Lupus Baileyi

Safo Café

Fotografía: Dahmane


Habían pasado más de dos años de matrimonio, ninguno de los dos llegaba a los treinta, viajaban, iban a reuniones, comían los domingos en casa de los padres de él, ella por su parte tenía un vínculo vía telefónica y correo electrónico con su familia, trabajaban en cosas muy similares pero de manera independiente, iban juntos al gimnasio y tenían un hijo: un gato gris.
Esa noche tenían una fiesta, era la inauguración en el Museo de Arte Contemporáneo de una amiga fotógrafa muy cercana, ella iba realmente deslumbrante dentro de un vestido tinto que tenía meses queriéndose poner –por fin había bajado esos kilos que decía que tenía de más-. A pesar de que no estuvieron juntos toda esa noche y de no haber cruzado más de veinte palabras en más de cinco horas, una vez llegado a su casa y mientras ella lavaba su rostro en el baño y mojaba un poco su cabello fue delicadamente abordada por su marido, quien la tomó por la cintura y se recargó sobre su espalda mientras ella quitaba los restos de jabón de su cara.
Esa noche ella lloró cuando se vino, había sido muy buen sexo, le había parecido hermoso el hecho de que mientras ella tenía su orgasmo su marido la miraba con una ternura infinita, realmente la amaba, le enterneció verlo tan vulnerable y transparente; mientras escurrían lágrimas por sus mejillas él se las quitaba frotando su rostro contra el de ella.
Amaneció. Él se fue a trabajar y ella se quedó dormida hasta las once, ya no tenía que ir al curso. Se levantó al baño a orinar, y mientras lo hacía, ojeaba una revista Urban que les regalaron en un antro gay cuando fueron al quinto aniversario de una pareja de chicos, amigos de Silvia. Tenía años que no ojeaba una revista de esas, comenzó a revisar página por página y justo en la número veintiuno vio una fotografía, salía la que alguna vez fue su pareja por más de siete años abrazada de una mujer madura pero muy guapa: Michel Fouré y Verónica Ríos en la inauguración del Safo Café. La revista cayó al suelo, estaba igualita, tenía el cabello más largo de lo común, había subido un poco de peso y usaba anteojos –de muy bonito armazón, por cierto-, pero a pesar de ello, se veía como la última vez que estuvieron juntas.
Salió del baño y se dirigió al buró, sacó del cajón una cajita metálica, se sentó sobre la cama, cogió una de las películas que estaban a su alcance y comenzó a limpiar la mota. Cinco fumadas y salió al balcón. Prende un cigarro. Silencio. Silencio. Silencio. Se mete de nuevo y se tira a la cama. Intranquilidad, un hueco en el estómago: “¿Por qué la hojeé?, ¿por qué tenía que verla?, se suponía que ya no regresaría”.
A su costado estaba la caja de la película con un poco de restos de hoja seca, tenía años que no la veía y ese director era de sus favoritos, la miró mientras exhalaba el humo del cigarro, la cogió y abrió. El dvd estaba ahí, destellando luces de colores –no era original sino una copia-, lo quitó de donde estaba sujetado y lo puso en el reproductor.
La mota surgió efecto, mientras veía la película su cuerpo experimentaba sensaciones extrañas, comenzó a sentir calor, se había excitado en la escena en donde la mujer se masturba en la cama de un tipo que era su novio pero casi nunca veía: una cama con cobija a cuadros en un cuarto con poca luz, se ve un trasero muy bonito con unos calzones negros, unas piernas largas con ligero y unos zapatos de tacón como del diez, no se ve el rostro de la china, sólo se percibe el movimiento de su cuerpo y sus gemidos chillones como el de algún personaje de hentai.
Silvia comienza a masturbarse mientras observa la película, comienza a recordar escenas de la noche anterior, el abrazo en el baño, cuando Ricardo besaba lentamente su vientre y se dirigía beso con beso hacia su clítoris, los músculos de su cuerpo masculino, su pene erecto, pero las imágenes no eran suficientes, estaba excitada, sí, pero no podía venirse. Quita la mano y se recuesta de lado, abraza la almohada y sigue viendo la película.
El calor en el cuerpo seguía ahí, había cosquilleo en la entrepierna, decide quitarse la pijama, escupe en sus dedos y vuelve a masturbarse, comienza a menearse como si alguien se la estuviera cogiendo, comienza a tocarse las tetas y sobar su vientre. La fotografía de Verónica aparece en su mente y comienza recordar…
El primer beso apasionado cuando tenían incipientes doce años, la primara vez que la vio desnuda, el sexo oral que le gustaba hacerle cuando traía falda, sus tetas redondas y grandes –como le gustaban- con aquellos pezones rositas y pequeños, los jalones de cabello, las bofetadas y escupidas en la cara mientras le decía “¿Quién es tu mami?”, el poder que le producía hacerla gemir cuando tenían fisting, la ocasión que cogieron en el baño de los padres de Verónica y le hizo un goldenshower mientras el agua de la ducha escurría por sus cuerpos enjabonados… flashbacks, flashbacks y más flashbacks.
Se viene en un grito. Abre los ojos sorprendida. ¡No mames, qué rico! -dice en voz muy baja. Su cuerpo tiembla, sus pezones estaban totalmente erectos y sus ojos lloraban de nuevo. Se toca su vagina suavemente y se da cuenta que estaba exageradamente lubricada, cierra su mano en puño llevándose unos cuantos vellos y se encoge en posición fetal. Llora, llora dolorosamente, sabe que no puede con la situación, ya no puede fingir todo el tiempo, “el pasado le vuelve a pasar”.
Se limpia los ojos con la sábana y mira la televisión, en ese momento se ve a la china masturbarse otra vez, la mira fijamente, se oyen los gritos de placer como si fuera una película porno, y de pronto, se escucha un llanto y no era de ella, la actriz lloraba en la escena mientras se masturbaba, Won Kar-Wai, de nuevo, le había rebotado visualmente su estado de animo. Apaga la televisión, se mete a bañar, se recarga sobre el muro de mosaicos azules mientras el agua le cae por encima, su cabello le tapa una parte del rostro, se queda en esa posición por más de cinco minutos, pensando.
Timbra el teléfono mientras se seca el cuerpo, sale envuelta en la toalla y contesta:
-Cielo, ¿Quieres comer en La Trattoría?-¿Otra vez comida italiana?-Entonces, ¿qué se te antoja?-Quiero que tú me cocines.-¿Eso quieres?-Sí. Quiero que me cocines unos portobello y después me cojas.-Grrrr. Me fascina cuando te pones intransigente.-Lo sé.-O.k. Llego en una hora, primero pasaré al súper.-Te acompaño, quiero ir contigo.-Muy bien, ¿pero ya estas lista?, porque llego en veinte minutos.-Perfecto, me arreglo en menos de eso.-O.k., te veo en cualquier momento, chulísima.
Sus ojos estaban vidriosos por contener el llanto, se sentía falsa, pérfida, mezquina. Se vistió rápidamente, se puso desodorante y un poco de perfume, untó su crema antiarrugas, se rizó las pestañas poniendo un poco de rímel, lavó los dientes mientras estaba sentada en el retrete orinando, se levantó a escupir la espuma de la pasta dental, cogió un trozo de papel y se limpió… URBAN. Coge la revista y la abre en la página veintiuno, la ve por última vez, besa la imagen sobre el papel, tira la revista al cesto de basura, se pone un poco de brillo en los labios y sale del baño radiante.

-rp

Friday, February 12, 2010

Fantasía III

Google images


Se encontraban en medio de ese vasto valle cubierto de “gobernadoras”, planta mágica para los habitantes de estos parajes, territorio de “pitas”, de cactus cuyas defensas convertidas en espinas forman patrónes geométricos de simetrías sorprendentes. Anochecía y el cielo jugaba con los matices del azul al negro; y en ese camino de terracería a la altura del trópico de Cáncer, el carro en que se transportaban desaparecía en la inconmesurable extensión. Aunque su ruta era poco transitada, tomaron veredas más pequeñas, afluentes secos de la vía principal. Bifurcando, terminaron en comunión única con la naturaleza: dos seres en el semidesierto con un cielo lleno de estrellas que parecían poder asirse con las manos. Bajo la resplandeciante Venus, sus almas descansaron en esa soledad, sus labios se tocaron suavemente en un rezo que agradece la existencia misma. Vino la caricia húmeda, el beso candente en donde se transmitían sus más íntimos deseos, intercambio de sabores, savia cactácea que alimentaba sus anhelos. La temperatura comenzó a subir en sus cuerpos haciendo imperceptible el frío cruel que sólo deja sobrevivir a los más aptos, aquellos que están dispuestos a sacar nutrientes de los parajes más desolados. El esplendor de las estrellas en la oscuridad del Nadir, iluminaba dos seres que quieren disfrutarse plenamente, sin inhibiciones, entrega primitiva sin los prejuicios de la “civilización”. Lo invitó a paladear sus jugos en la flor de cactácea y comenzó a sentir una lengua que abría uno a uno los labios que cubrían el pistilo, haciéndola vibrar como los huizaches bajo el asedio de los vientos. El fragor descubrió sus senos, rivalizando en esplendor con los sahuaros en la iluminación de la noche. Mientras sus manos iban y venían sobre esas erizadas redondeses, se unieron el contacto más profundo, con una delicadeza que hacia sentir que siempre habían estado entrelazados. La flor cactácea brillaba húmeda con la luz de las estrellas, de espaldas se vislumbraba un horizonte de montañas lisas con curvatura de ensueño, y bajo ese crepúsculo volvieron a sentirse en tierna entrega. Con un suave movimiento en ese embrollo de caricias, subió a la cumbre de su amado para sentir el placer y sus encantos, mientras observaba su planeta favorito un cosquilleo hizo posesión de su voluntad y perdida en ese mar de sensaciones lanzó un profundo grito que se mezcló armónicamente con los cantos nocturnos del semidesierto.

-Canis Lupus Baileyi

Sunday, February 7, 2010

Un solo beso

Fotografía: Thierry Le Goues


Un solo beso más, como los de antes,
de aquellos que me dejan sin aliento,
que ciegan mi razón sin miramiento,
que trepan por mi cuerpo galopantes

cúbreme de deseos exasperantes
antes que te diluyas en el viento,
antes que este infeliz presentimiento
separe nuestros cuerpos delirantes.

Un solo beso más, pero que crezca
hasta el mismo clamor que me estremece
y que mi piel en tu pasión perezca

mientras tu fuerza en mis sentidos crece
y que en los brazos tuyos amanezca
aunque tu corazón… no lo merece.

-Myciltali

Saturday, January 23, 2010

Escalada

Alejandro Zeker



Esa noche, amor, de espaldas, mi piel desnuda tus manos presentía: aún antes de tocarme se erizaba y me estremecía ante su cercanía...
Tus manos amor (no recuerda mi piel otras más diestras), se deslizaban suaves a veces, firmes otras.
Ahí, donde la espalda se disipa, me hacían sentir lo que sobre la sábana ocurría: algo dormido hasta entonces despertaba.
De frente, amor, fueron en mis pechos tus caricias una violenta posesión, muy excitante. Tus manos resbalaban firmemente con una urgencia tal que en su prisa me envolvían.
Pero amor: tus manos recorriendo mis muslos y rozando apenas mis ingles... cada vez que distraídas se acercaban, tocando escasamente entre mis piernas... más de una cosa en mí se iba inflamando.
Esa danza de tus manos en mi cuerpo provocó de violetas nebulosas explosiones llevándome al sitio que visito en mis meditaciones.
De sensaciones en constante asenso era un vaivén: los sentidos hallaban un descanso cuando tus manos se alejaban de ese sitio, y he aquí que al acercarse nuevamente, su alteración era mayor que la de antes.
Amor: no quería detener esa escalada, quería conocer su desenlace. Hubo un momento, sin embargo, en que mi cuerpo no supo resistir tu tiranía.

-Ámbar

El callejón del deseo

Fotografía: Canus Lupus Baileyi



Cuando se lo solicitó fue como confesar una fantasía en voz alta,
una utopía que jamás se haría realidad. Sin embargo ella aceptó
con la sutil coquetería a un reto que la excitaba.
Durante las dos horas de paseo, él no podía creer aún que su chica lo hubiera complacido con un paseo sin llevar pantaletas debajo de su minifalda.
Admirar sus torneadas piernas sobre zapatillas que caminaban en los
estrechos callejones de esa ciudad ya lo tenían bastante excitado, de manera que sabiendo además que debajo de la minifalda se encontraba desnuda, lo tenía al borde del colapso.
Fue un paseo de deseo mutuo, un paseo de complicidad en medio de los demás transéuntes, un andar mágico de dos cómplices que desafiaban todo. Para hacer más excitante su locura, decidieron entrar a un bar de música de trova, pensando pasar una velada erótica- romática, bajo la complicidad de la media luz del bar. Había momentos en que se sentían descubiertos y la adrenalida los hacia vibrar y querer regresar al hotel, pero entre más prolongaban la osadía más se deseaban.
Debajo de la mesa, hubo caricias tenues, hasta donde la balanza miedo-deseo pudo llevarlos, y en ese delicioso desearse con la emoción en la superficie de la piel, cantaron sus melodias favoritas. El espectáculo se terminó y ambos se dispusieron abandonar el recinto, querían llegar rápido al hotel y apagar con besos y caricias la caldera que habían encendido. Pero no lo lograron, el fuego del deseo no podía esperar más y los llevó a tomar un pequeño callejón, un recobeco que los guareciera para poseerse, para entregarse en una unión que calmara sus ganas. Estuvieron buscando ese lugar cuidándose de no ser seguidos por alguien, ahuyentándo las sombras que los asechaban, alejándose de los vestigios de presencia humana: rumores, miradas, voces, el sonido de pasos. De esta manera llegaron a una esquina oscura y apartada y ahí sin más miramientos comenzaron a besarse como desaforados. La mano de él, lentamente se dirigió debajo de la falda y ella sin más, abrió sus piernas para darle la bienvenida a esa acaricia en su sedosa ansiedad ya anhelante y húmeda...

-Canis Lupus Baileyi