Saturday, January 23, 2010

Escalada

Alejandro Zeker



Esa noche, amor, de espaldas, mi piel desnuda tus manos presentía: aún antes de tocarme se erizaba y me estremecía ante su cercanía...
Tus manos amor (no recuerda mi piel otras más diestras), se deslizaban suaves a veces, firmes otras.
Ahí, donde la espalda se disipa, me hacían sentir lo que sobre la sábana ocurría: algo dormido hasta entonces despertaba.
De frente, amor, fueron en mis pechos tus caricias una violenta posesión, muy excitante. Tus manos resbalaban firmemente con una urgencia tal que en su prisa me envolvían.
Pero amor: tus manos recorriendo mis muslos y rozando apenas mis ingles... cada vez que distraídas se acercaban, tocando escasamente entre mis piernas... más de una cosa en mí se iba inflamando.
Esa danza de tus manos en mi cuerpo provocó de violetas nebulosas explosiones llevándome al sitio que visito en mis meditaciones.
De sensaciones en constante asenso era un vaivén: los sentidos hallaban un descanso cuando tus manos se alejaban de ese sitio, y he aquí que al acercarse nuevamente, su alteración era mayor que la de antes.
Amor: no quería detener esa escalada, quería conocer su desenlace. Hubo un momento, sin embargo, en que mi cuerpo no supo resistir tu tiranía.

-Ámbar

El callejón del deseo

Fotografía: Canus Lupus Baileyi



Cuando se lo solicitó fue como confesar una fantasía en voz alta,
una utopía que jamás se haría realidad. Sin embargo ella aceptó
con la sutil coquetería a un reto que la excitaba.
Durante las dos horas de paseo, él no podía creer aún que su chica lo hubiera complacido con un paseo sin llevar pantaletas debajo de su minifalda.
Admirar sus torneadas piernas sobre zapatillas que caminaban en los
estrechos callejones de esa ciudad ya lo tenían bastante excitado, de manera que sabiendo además que debajo de la minifalda se encontraba desnuda, lo tenía al borde del colapso.
Fue un paseo de deseo mutuo, un paseo de complicidad en medio de los demás transéuntes, un andar mágico de dos cómplices que desafiaban todo. Para hacer más excitante su locura, decidieron entrar a un bar de música de trova, pensando pasar una velada erótica- romática, bajo la complicidad de la media luz del bar. Había momentos en que se sentían descubiertos y la adrenalida los hacia vibrar y querer regresar al hotel, pero entre más prolongaban la osadía más se deseaban.
Debajo de la mesa, hubo caricias tenues, hasta donde la balanza miedo-deseo pudo llevarlos, y en ese delicioso desearse con la emoción en la superficie de la piel, cantaron sus melodias favoritas. El espectáculo se terminó y ambos se dispusieron abandonar el recinto, querían llegar rápido al hotel y apagar con besos y caricias la caldera que habían encendido. Pero no lo lograron, el fuego del deseo no podía esperar más y los llevó a tomar un pequeño callejón, un recobeco que los guareciera para poseerse, para entregarse en una unión que calmara sus ganas. Estuvieron buscando ese lugar cuidándose de no ser seguidos por alguien, ahuyentándo las sombras que los asechaban, alejándose de los vestigios de presencia humana: rumores, miradas, voces, el sonido de pasos. De esta manera llegaron a una esquina oscura y apartada y ahí sin más miramientos comenzaron a besarse como desaforados. La mano de él, lentamente se dirigió debajo de la falda y ella sin más, abrió sus piernas para darle la bienvenida a esa acaricia en su sedosa ansiedad ya anhelante y húmeda...

-Canis Lupus Baileyi