Monday, July 15, 2013

Voyerismo II


                                              Fotografía: Canis Lupus Baileyi

Hoy va a ser el día pensaba, mientras recorría los tejados con sigilo, temeroso de ser confundido con un ratero. Después de quince minutos había llegado y comenzaba el rito de quitar uno a uno los ladrillos que ocultaban el observatorio donde esperaba ver el milagro de las formas. Porque estaba seguro que el cuerpo que insinuaban los vestidos de Claudia era el mismísimo paraíso, las curvas de esa piel bronceada paseaban por su imaginación sin darle tregua, arrebatándole las noches que tenía para dormir porque su cuerpo simplemente lo obligaba a despertar e ir a buscarla, redimir a como diera lugar las ansias de sus manos, el frenético retumbar de su estómago que le impedía saborear su chocolate cuando doña Tencha lo despertaba de sus cavilaciones para advertirle que ya se le había enfriado el desayuno. Esperaba horas enteras en el jardín donde solía pasar Claudia para embelezarse con el vaivén de esas curvas, del sutil movimiento de esos senos cuya horizontalidad desafiaba la fuerza de gravedad. Un minuto duraba el encanto, pero era suficiente para que día con día él fuera a ese lugar donde las caóticas costumbres de la doncella muchas veces condenaran a sus ojos mirar hacia la nada. Regresaba a su casa con paso lento y sonrisa franca cuando lograba ver los ojos negros de esa diosa que caminaba entre los humanos. Pero su sueño, el verdadero motivo de sus tribulaciones era ver a Claudia desnuda, sólo verla, tener contacto de otro tipo estaba simplemente fuera de la constelación de su mente. Un día un plan lo despertó de sobresalto, ubicaría la casa de Claudia y dentro de ella su recámara. Haría un orificio que le permitiera observar a ese ángel mientras durmiera. Para lograr esto aprendería a hacer conexiones de internet y de televisión por cable, le rezaría a San Antonio para que la familia de Claudia solicitara el servicio y se las ingeniaría para ser el encargado de realizarla. Miles de peripecias y sobresaltos lo vapulearon antes de tener un orificio de dos centímetros donde por "descuido" pensó que entraría el cable con la la información digital. Los perros de Don Juan estuvieron a punto de tragárselo, y Don Fidencio le disparó mientras descubría el camino de los tejados hacia su observatorio sin perturbar a nadie. Estudió también matemáticas aunque siempre dijo odiarlas, y todo para poder calcular el tiempo exacto en que Claudia aun con luz se desnudaba para dormir. Fueron cientos sus intentos en donde lo único que logró ver era la penumbra de la recámara, y como consuelo, cerraba los ojos para imaginar desde ese escalón de realidad al que había llegado, el resto de su aventura: la posición de la cama y el cuerpo de la diosa abrazada por las cobijas. Llegó el día, después de cien operaciones aritméticas, veinte trazos geométricos, cincuenta rezos a San Antonio y mucha intuición, le habían hecho saber que ese día a a esa hora podría regocijar sus ojos con el misterio del la geografía de la mujer más bella que conocía. Cuando terminó de quitar el último ladrillo contó dos minutos y medio considerando el tiempo para que sus ojos enfocaran, entonces entre la bruma de los primer momentos apareció el paisaje del bello cuerpo de Claudia desnuda, con unas prominentes curvas que superaron su imaginación más extrema. Contempló el encanto por varios minutos para grabar para siempre la escena en su memoria, tapo el orificio con cemento, dejó el lugar y comenzó a recrear lo que había visto, caminó hacía ningún lugar, sólo quería pensar en la imagen que acababa de disfrutar, y mientras veía pasar el empedrado debajo de sus pies un sentimiento de felicidad comenzó a invadir su cuerpo…

-Canis Lupus Baileyi

Voyerismo I


LLevaba meses midiendo tiempos,
siguiendo sus pasos,
los cuartos menguantes de la luna,
las rutas misteriosas de los gatos,
todo estaba calculado para que aquella noche fría,
a las diez de la noche viera el espectáculo más hermoso de la naturaleza.
Espero con calma mientras sus huesos tiritaban helados,
se asomó poco a poco en ese orificio,
su mirada tardo 5 segundo en poder enfocar el interior de la habitación,
y cuando logró ver a plenitud,
supo que había valido la pena todo el tiempo invertido,
las conversiones de los latidos del corazón en metros,
su Diosa estaba ahí plena,
desnuda,
entregada con su espectacular cuerpo al dios de los sueños…


-Canis Lupus Baileyi

Mirada


No descubrí tus ojos hasta tarde
cuando al fin te decidiste a regalarme tu piel
en la cinta de plata.
Al principio te negaste
como si le fueras entregar tu alma al diablo
pero después me pediste un retrato de tus ojos árabes
y entonces me sumergí en su ternura.
Tu poco a poco te fuiste quitando la ropa
pero yo solo veía tus ojos
sin percibir tu piel ardiente.

Ahora me regocijo viendo aquellas imágenes
que le robamos al tiempo
donde tu desnudez adorna como paisaje
el lindo atardecer de tu mirada.

-Canis Lupus Baileyi

Textura


Mis manos extrañan la textura de tu piel,
tu voz que guiaba mis dedos en tu geografía,
si, la textura de tu voz que aún me eriza la piel cuando la memoria se la arrebata al tiempo,
infinidad de minúsculas gotas que bañaban tus deseos,
donde mis manos poco a poco se mojaban  para deslizarme sin fricciones,
salada tu, sediento yo de la tormenta de tu cuerpo,
arrebatos en que nos pedíamos todo,
sonrisas cómplices,
una escalada infinita de querer más y más,
hasta quedar sin fuerzas,
acariciando tu mirada...

-Canis Lupus Baileyi

No desearás la mujer de tu prójimo

Miedo y excitación me invadió cuando sentí el terciopelo de su entrepierna. Estábamos sentados los tres en el comedor, Maricela, Juan (su esposo) y yo. Habíamos llegado ahí después de buscar opciones para seguir tomando pero todo estaba cerrado. Juan me invitó a su casa argumentando la admiración que me tenía su esposa y el privilegio de tenerme entre ellos. LLegamos a la casa y la conversación inició en como Juan y Maricela se habían conocido, para darle más realismo a la conversación Juan decidió poner música de la época en que fueron novios. Maricela no permanecía mucho tiempo sentada, iba y venía de un lado para otro sin saber que hacer, por fin decidió sacar el Album de bodas y de pie detrás de mí me mostraba las fotos, casi abrasándome, yo intentaba alejarme, Juan le pedía que no fuera tan efusiva pues me estaba incomodando. Se terminó la bebida y Juan decidió ir a comprar más. Una vez que salió de la casa Maricela extendió su vestido y se sentó sobre mi, tomó mis manos y me condujo a que la acariciara debajo del atuendo, me deje llevar y sentí su tersa piel pintada por el sol de la costa. Acercó sus pechos a mi boca y sentí su rugoso pezón bajo la tela. Comencé a sentir un hormigueo en mi bajo vientre, mientras escuchaba sonidos de su boca aprobando mis caricias ya francas. Entonces escuchamos a Juan abriendo la puerta, ella se levantó de sobresalto y corrió hacía el estéreo fingiendo la elección de la siguiente melodía. Juan llegó y pareció no percatarse de nada, nos volvimos a acomodar alrededor de la mesa mientras Juan nos servía las bebidas. Comenzó otra vez la conversación y transcurridos unos cuantos minutos Maricela me tomó la mano bajo la mesa y me dio un paseo por la suavidad de sus muslos, fue un recorrido lento que terminó en su entrepierna, sentí miedo y excitación como antes lo comenté. Voltee a ver si Juan sospechaba lo que estaba pasando, pero no había señales de eso, Juan seguía conversando como si nada. Pasamos veinte minutos en esa mesa donde yo drogado bajo el efecto de la adrenalina y el deseo hacía caricias furtivas a Maricela. Hasta que no pude más, sentí que en cualquier momento sería evidente para Juan lo que estaba pasando y anuncié mi retirada, pero Juan la objetó diciendo que no entraban taxis a esa hora a la colonia que lo mejor sería esperar a que amaneciera, por lo que me ofrecía el sofá de la sala pera que ahí descansara cuando lo creyera necesario. Seguimos tomando, pero yo contra todas mis ganas, decidí dejar de acariciar a Maricela, al poco tiempo Juan se fue al baño, mientras tanto las miradas y gestos entre Maricela y yo estaban llenos de complicidad, Juan no regresaba, Maricela fue a ver que había pasado, y cuando regresa me informa que Juan se quedó dormido. Un baño de adrenalina vuelve a bañar mi cuerpo, Maricela me dice que ira a confirmar que Juan esta profundamente dormido, mientras tanto yo me dirijo al baño de la sala. Y cuando salgo veo a Maricela caminar hacía mi desnudándose en el trayecto, cerca de mí ya totalmente desnuda me dio un beso, me tomó de la mano y nos dejamos abrazar por la noche hasta el amanecer. Entonces cuando apenas estaba conciliando el sueño sentí que me estrujaban, volteé y ví la cara de Maricela que angustiada me decía “vete, vete, Juan esta furioso vete!...” como pude tome mi ropa y corrí hacía la calle vistiéndome en el camino, la suerte me puso un taxi y lo subí aun abrochándome la camisa, le pedí al chofer me llevará a la estación de autobuses y en menos de una hora iba en la carretera sin rumbo, mientras mi mente me repetía “No desearás la mujer de tu prójimo”.

-Canis Lupus Baileyi

Pecado


Había rezado y se había flagelado toda la noche pero su angustia no cesaba, la culpa le comía las entrañas.
¿En que estaba fallando?
¿porqué su espíritu era tan débil?
Y es que, no había forma de evitar que sus ojos se posaran en el escote de Azucena cuando ésta iba los domingos a confesarle sus pecados. Era un espectáculo ver como se dibujaban sus senos majestuosos debajo del vestido, y un regalo, cuando ella se agachaba para dejar en descubierto esos dos montículos al desnudo, pues Azucena no usaba brazier.
Azucena le confesaba sus penas, los deseos que la hacían sentir pecadora y él la escuchaba imaginándose con ella fuera del hábito, apagando esos deseos que él sabía eran sólo la punta de algo más intenso que recorría ese hermoso cuerpo en esas noches donde ella dejaba poseerse por sus sueños. Solo la veía una vez a la semana pero era suficiente para no poder quitarla de su mente y desear con toda su alma el paso de las homilías de 7 días para escuchar otra vez esa voz y ver esos lindo ojos entre el tejido del confesionario. Jamás le insinuó nada, solo la escuchaba y le pedía los padres nuestros y las aves marías que le pudieran dar tranquilidad a su espíritu convulsionado por los deseos de la carne. Así que cada domingo como un condenado a muerte en vida veía esa exuberante mujer, que representaba el paraíso terrenal que nunca podría habitar.
Ella estaba deslumbrada por esa voz que por un lado llenaba de tranquilidad su alma pero por otro aumentaba el cosquilleo de su piel y mojaba su entrepierna. Cuando podía, trataba de mirar los ojos de su amante platónico que le revelaran que él también la deseaba. Aunque sabía que eso era imposible pues convocaba al pecado más funesto de su religión, en el fondo de su alma albergaba la esperanza de sentir que le era importante al ser amado. Cada domingo iba a la cita de su perdón y del alimento de su pecado.
La silueta de ese rostro en la tenue tela que los dividía y esa voz fuerte y dulce que la tranquilizaban con el mensaje del señor, le provocaban al mismo tiempo sueños húmedos llenos de lujuria. El origen de su culpa era el origen de su redención.

-Canis Lupus Baileyi