Sunday, November 21, 2010

En casa de Stefanie




Estábamos de fiesta y cada uno había elegido el disfraz que más casaba con sus gustos y personalidad. No quiero ver ni uno sin disfrazarse o no le dejo entrar, nos avisó Stefanie al pasarnos la invitación. Yo me puse un traje tanguista argentino, con mi pelo engominado, raya enmedio y zapatos brillantes, chaqueta ajustada ... me veía estupendo. La casa de Stefie es preciosa, con un hermoso jardín y una magnífica piscina iluminada para la ocasión y entonces fue cuando la vi a ella.

No sé de que iba vestida, la verdad, pero si se que llevaba una faldita de tul, plisada que rodeaba su cintura llena de vuelos y pomposa. Al menor movimiento dejaba entrever sus pantorrillas y yo diría que algo más que eso. Y ese fue mi entretenimiento toda la noche, estar atento para captar si debajo de aquella delicada tela, tal como yo imaginaba, solo había un chochito al aire.

Fue tanta mi insistencia que creo que se dió cuenta y empezó un juego que a mi me fue volviendo loco poco a poco y a ella debió divertirle mucho. No sé de donde sacó aquella bicicleta de hombre, pero el caso es que allí estaba parada frente a mi y mirándome descarada, cuando ya no podía apartar mis ojos de ella, tan hermosa con su ropa medio transparente, con sus pezones apuntando firmemente al horizonte, creo que duros por la excitación que le producía adivinar lo que yo estaba sintiendo en ese momento, levanto su pierna izquierda para subirse a la bicicleta, que era bastante alta. Entonces confirmé mi suposión, pues en un vuelo fugaz y morboso pude ver la sombra oscura de su bello púbico y la piel sonrosada de sus nalgas.

No fue a ninguna parte, simplemente permaneció alli, junto a los setos en el rincón más discreto del jardín, subida en la bicicleta, parada y moviendose ritmicamente, de forma enervante, frotándose contra la punta del sillín, puntiagudo y sexi. Mi verga comenzó a moverse bajo mis pantalones. Mi cabeza empezó a perder el control, sentía electricidad en mis manos del deseo tan urgente que sentía de tocarla. Ella reía con lascivia y cuando vió que me acercaba, tembloroso por el deseo de tocarla, puso en marcha la bicicleta y desapareció entre los arbustos.

La seguí desesperado, no quería dejar de contemplarla, la necesitaba ahora mismo. Ya.

Afortunadamente estaba allí, recostada en un arbol, con una sonrisa que invitaba a todo, en su boca y aquella faldita mínima y transparente, cubriendo a medias su culo, que me ofreció, al verme llegar, como si fuera un regalo. Mis manos se apoderaron de aquella hermosa luna sonrosada y la exploraron ansioso, la risa de aquella mujer me sacaba de quicio, me ponía a mil por hora, así que adentré mi mano entre aquellos rizos un poco húmedos y metí mis dedos hasta sentirlos rozando las paredes de aquel hueco delicioso. La follé, la follé ¿O tal vez fué ella la que me folló a mi? no lo sé pero aún resuenan en mis oidos los gritos salvajes y los suspiros de aquella especie de demonio lujurioso que había conseguido de mí todo mi semen hasta la última gota.

Camila Lasciva

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