Saturday, February 13, 2010

Safo Café

Fotografía: Dahmane


Habían pasado más de dos años de matrimonio, ninguno de los dos llegaba a los treinta, viajaban, iban a reuniones, comían los domingos en casa de los padres de él, ella por su parte tenía un vínculo vía telefónica y correo electrónico con su familia, trabajaban en cosas muy similares pero de manera independiente, iban juntos al gimnasio y tenían un hijo: un gato gris.
Esa noche tenían una fiesta, era la inauguración en el Museo de Arte Contemporáneo de una amiga fotógrafa muy cercana, ella iba realmente deslumbrante dentro de un vestido tinto que tenía meses queriéndose poner –por fin había bajado esos kilos que decía que tenía de más-. A pesar de que no estuvieron juntos toda esa noche y de no haber cruzado más de veinte palabras en más de cinco horas, una vez llegado a su casa y mientras ella lavaba su rostro en el baño y mojaba un poco su cabello fue delicadamente abordada por su marido, quien la tomó por la cintura y se recargó sobre su espalda mientras ella quitaba los restos de jabón de su cara.
Esa noche ella lloró cuando se vino, había sido muy buen sexo, le había parecido hermoso el hecho de que mientras ella tenía su orgasmo su marido la miraba con una ternura infinita, realmente la amaba, le enterneció verlo tan vulnerable y transparente; mientras escurrían lágrimas por sus mejillas él se las quitaba frotando su rostro contra el de ella.
Amaneció. Él se fue a trabajar y ella se quedó dormida hasta las once, ya no tenía que ir al curso. Se levantó al baño a orinar, y mientras lo hacía, ojeaba una revista Urban que les regalaron en un antro gay cuando fueron al quinto aniversario de una pareja de chicos, amigos de Silvia. Tenía años que no ojeaba una revista de esas, comenzó a revisar página por página y justo en la número veintiuno vio una fotografía, salía la que alguna vez fue su pareja por más de siete años abrazada de una mujer madura pero muy guapa: Michel Fouré y Verónica Ríos en la inauguración del Safo Café. La revista cayó al suelo, estaba igualita, tenía el cabello más largo de lo común, había subido un poco de peso y usaba anteojos –de muy bonito armazón, por cierto-, pero a pesar de ello, se veía como la última vez que estuvieron juntas.
Salió del baño y se dirigió al buró, sacó del cajón una cajita metálica, se sentó sobre la cama, cogió una de las películas que estaban a su alcance y comenzó a limpiar la mota. Cinco fumadas y salió al balcón. Prende un cigarro. Silencio. Silencio. Silencio. Se mete de nuevo y se tira a la cama. Intranquilidad, un hueco en el estómago: “¿Por qué la hojeé?, ¿por qué tenía que verla?, se suponía que ya no regresaría”.
A su costado estaba la caja de la película con un poco de restos de hoja seca, tenía años que no la veía y ese director era de sus favoritos, la miró mientras exhalaba el humo del cigarro, la cogió y abrió. El dvd estaba ahí, destellando luces de colores –no era original sino una copia-, lo quitó de donde estaba sujetado y lo puso en el reproductor.
La mota surgió efecto, mientras veía la película su cuerpo experimentaba sensaciones extrañas, comenzó a sentir calor, se había excitado en la escena en donde la mujer se masturba en la cama de un tipo que era su novio pero casi nunca veía: una cama con cobija a cuadros en un cuarto con poca luz, se ve un trasero muy bonito con unos calzones negros, unas piernas largas con ligero y unos zapatos de tacón como del diez, no se ve el rostro de la china, sólo se percibe el movimiento de su cuerpo y sus gemidos chillones como el de algún personaje de hentai.
Silvia comienza a masturbarse mientras observa la película, comienza a recordar escenas de la noche anterior, el abrazo en el baño, cuando Ricardo besaba lentamente su vientre y se dirigía beso con beso hacia su clítoris, los músculos de su cuerpo masculino, su pene erecto, pero las imágenes no eran suficientes, estaba excitada, sí, pero no podía venirse. Quita la mano y se recuesta de lado, abraza la almohada y sigue viendo la película.
El calor en el cuerpo seguía ahí, había cosquilleo en la entrepierna, decide quitarse la pijama, escupe en sus dedos y vuelve a masturbarse, comienza a menearse como si alguien se la estuviera cogiendo, comienza a tocarse las tetas y sobar su vientre. La fotografía de Verónica aparece en su mente y comienza recordar…
El primer beso apasionado cuando tenían incipientes doce años, la primara vez que la vio desnuda, el sexo oral que le gustaba hacerle cuando traía falda, sus tetas redondas y grandes –como le gustaban- con aquellos pezones rositas y pequeños, los jalones de cabello, las bofetadas y escupidas en la cara mientras le decía “¿Quién es tu mami?”, el poder que le producía hacerla gemir cuando tenían fisting, la ocasión que cogieron en el baño de los padres de Verónica y le hizo un goldenshower mientras el agua de la ducha escurría por sus cuerpos enjabonados… flashbacks, flashbacks y más flashbacks.
Se viene en un grito. Abre los ojos sorprendida. ¡No mames, qué rico! -dice en voz muy baja. Su cuerpo tiembla, sus pezones estaban totalmente erectos y sus ojos lloraban de nuevo. Se toca su vagina suavemente y se da cuenta que estaba exageradamente lubricada, cierra su mano en puño llevándose unos cuantos vellos y se encoge en posición fetal. Llora, llora dolorosamente, sabe que no puede con la situación, ya no puede fingir todo el tiempo, “el pasado le vuelve a pasar”.
Se limpia los ojos con la sábana y mira la televisión, en ese momento se ve a la china masturbarse otra vez, la mira fijamente, se oyen los gritos de placer como si fuera una película porno, y de pronto, se escucha un llanto y no era de ella, la actriz lloraba en la escena mientras se masturbaba, Won Kar-Wai, de nuevo, le había rebotado visualmente su estado de animo. Apaga la televisión, se mete a bañar, se recarga sobre el muro de mosaicos azules mientras el agua le cae por encima, su cabello le tapa una parte del rostro, se queda en esa posición por más de cinco minutos, pensando.
Timbra el teléfono mientras se seca el cuerpo, sale envuelta en la toalla y contesta:
-Cielo, ¿Quieres comer en La Trattoría?-¿Otra vez comida italiana?-Entonces, ¿qué se te antoja?-Quiero que tú me cocines.-¿Eso quieres?-Sí. Quiero que me cocines unos portobello y después me cojas.-Grrrr. Me fascina cuando te pones intransigente.-Lo sé.-O.k. Llego en una hora, primero pasaré al súper.-Te acompaño, quiero ir contigo.-Muy bien, ¿pero ya estas lista?, porque llego en veinte minutos.-Perfecto, me arreglo en menos de eso.-O.k., te veo en cualquier momento, chulísima.
Sus ojos estaban vidriosos por contener el llanto, se sentía falsa, pérfida, mezquina. Se vistió rápidamente, se puso desodorante y un poco de perfume, untó su crema antiarrugas, se rizó las pestañas poniendo un poco de rímel, lavó los dientes mientras estaba sentada en el retrete orinando, se levantó a escupir la espuma de la pasta dental, cogió un trozo de papel y se limpió… URBAN. Coge la revista y la abre en la página veintiuno, la ve por última vez, besa la imagen sobre el papel, tira la revista al cesto de basura, se pone un poco de brillo en los labios y sale del baño radiante.

-rp

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