Friday, February 12, 2010

Fantasía III

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Se encontraban en medio de ese vasto valle cubierto de “gobernadoras”, planta mágica para los habitantes de estos parajes, territorio de “pitas”, de cactus cuyas defensas convertidas en espinas forman patrónes geométricos de simetrías sorprendentes. Anochecía y el cielo jugaba con los matices del azul al negro; y en ese camino de terracería a la altura del trópico de Cáncer, el carro en que se transportaban desaparecía en la inconmesurable extensión. Aunque su ruta era poco transitada, tomaron veredas más pequeñas, afluentes secos de la vía principal. Bifurcando, terminaron en comunión única con la naturaleza: dos seres en el semidesierto con un cielo lleno de estrellas que parecían poder asirse con las manos. Bajo la resplandeciante Venus, sus almas descansaron en esa soledad, sus labios se tocaron suavemente en un rezo que agradece la existencia misma. Vino la caricia húmeda, el beso candente en donde se transmitían sus más íntimos deseos, intercambio de sabores, savia cactácea que alimentaba sus anhelos. La temperatura comenzó a subir en sus cuerpos haciendo imperceptible el frío cruel que sólo deja sobrevivir a los más aptos, aquellos que están dispuestos a sacar nutrientes de los parajes más desolados. El esplendor de las estrellas en la oscuridad del Nadir, iluminaba dos seres que quieren disfrutarse plenamente, sin inhibiciones, entrega primitiva sin los prejuicios de la “civilización”. Lo invitó a paladear sus jugos en la flor de cactácea y comenzó a sentir una lengua que abría uno a uno los labios que cubrían el pistilo, haciéndola vibrar como los huizaches bajo el asedio de los vientos. El fragor descubrió sus senos, rivalizando en esplendor con los sahuaros en la iluminación de la noche. Mientras sus manos iban y venían sobre esas erizadas redondeses, se unieron el contacto más profundo, con una delicadeza que hacia sentir que siempre habían estado entrelazados. La flor cactácea brillaba húmeda con la luz de las estrellas, de espaldas se vislumbraba un horizonte de montañas lisas con curvatura de ensueño, y bajo ese crepúsculo volvieron a sentirse en tierna entrega. Con un suave movimiento en ese embrollo de caricias, subió a la cumbre de su amado para sentir el placer y sus encantos, mientras observaba su planeta favorito un cosquilleo hizo posesión de su voluntad y perdida en ese mar de sensaciones lanzó un profundo grito que se mezcló armónicamente con los cantos nocturnos del semidesierto.

-Canis Lupus Baileyi

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