Sunday, July 26, 2009

Regresa

Fotografía: anónimo


Regresa con frecuencia y tómame,
amada sensación; regresa y tómame.
Cuando despierte el recuerdo en mi cuerpo,
y el antiguo deseo me recorra la sangre,
cuando los labios y la piel recuerden
y sienta aquellas manos que aún me tocan,
regresa con frecuencia, y tómame en la noche
cuando los labios y la piel recuerden.

-Constantino Kavafis

Madura

Fotografía; Jeff Fiore


El término madura deriva del latín "maturus" y significa bueno.
El distinguido buque de la mujer madura, buena, algunas muy buenas, se descubre en el momento justo, en el tiempo de la cosecha. Como regocijándose con un vino bien envejecido.
A la mujer madura hay que disfrutarla, deleitarla, complacerla, bañarla en agua de rosas, mordiendo suave sus nalgas, impregnando los dedos de su bálsamo, lamiendo su sexo, como cuando te comes un melón jugoso y se te derrama por entre los labios. Si sus senos son pequeños, su pezón es la cima con la que rozas el firmamento; si grandes son, la vida abunda en piedad, caridad, ternura infinita.
A ellas se les debe fantasías, motivos, eslabones, devoción eterna, sueños mojados y ser fiel seguidor de Onán.

-Salvador Reyes

Los Run Runes

Fotografía: Google Images

La temporada de los Run-Runes llega como de costumbre, con mucha llluvia. Por las noches después de llover, un runruneo grave sinfoniza sin descanso en el jardín. Muchos Run-Runes rayan el espacio insansablemente. Buscan hembras empinadas entre el pasto, que emenan olores capaces de enloquecer al macho más sensato.

La metamorfosis llega a su fin. Los tiempos de huevo larva quedan atrás. Machos y hembras acuden al llamado sexual. Llegó el momento de fecundarse, aunque después sus cuerpecitos pasan a formar parte del abono biológico que reclama implacablemente la naturaleza.

Un latigazo de hormonas femeninas sacude violentamente la virilidad de Run-Run. Sus docientos ochenta miligramos de peso vibran como cuerda de guitarra, bate poderosamente las alas y rastrea el oloroso orificio vaginal.

Run-Run no es el único que vibra ante el pegasoso aroma. Otros Run-Runes también rastrean la misma hembra. Saben que el más ápto la copulará. Así es la ley.

La nube de coleóptedos se acerca rápidamente al virginal orificio que emana las enloquecedoras hormonas. Run-Run está cerca. Sin embargo las hormonas masculinas se mezclan densamente con las femeninas enrareciendo el ratro más y más. Run-Run runrunea enardecido tratando de ubicar el orificio con exactitud. El olfato no es suficiente, la vista es la solución.

Varios Run-Runes además de Run-Run caen de golpe sobre una hembra que resiste firmemente los toscos embates. Embarrados de aroma femenino por el contacto mutuo, se ciegan sexualmente e intentan copularse unos con otros. El olfato y la vista resultan insuficientes para ubicar el ansiado orificio. Presurosos, recurren a sus antenas.

Una y otra vez. Run-Run desplaza con fuerza a sus oponentes y palpa temblorosamente el vientre fertil de la hembra, pero se lo impiden los otros Run-Runes. Todos luchan por el mismo derecho: perpetuar la especie.

Inesperadamente, un cuerpecito raya el espacio y cae sobre el orificio vaginal, lo palpa y penetra con facilidad ante la ciega confusión de los demás. La hembra se entierra en el pasto llevando en su vientre el secreto de los tiempos de huevo y larva. Run-Run muere patas arriba mirando el cielo oscuro.

El pasto del jardín se cubre de cuerpecitos cafés todas las noches y los pájaros se los comen alegremente por la mañana. Las lluvias se van, pero los futuros Run-Runes se quedan en el jardín, aprendiendo en silencio las notas graves de la vieja sinfonía runruneana.


Tomado hace años de un periódico mural del CINVESTAV impulsado por
Adela Rendon y Ignacio Tlatelpa


- Jus

Iniciación

Fotografía: Gregor Schulz


La viva textura de sus diminutos montículos, no dejaban de asaltarme todo el día. Jamás imaginé que debajo de esa sobría falda estuviera ese paraíso palpitante lleno de curvas, de recovecos, esa geografía imponente que se extremecía en cada uno de mis recorridos.

Esa tarde fue una de las más reveladoras de mi vida, Sandra me invitaba a ser el cómplice que mitigara ese fuego que la consumía en los últimos años de la adolescencia.

Tanto ella como yo, disfrutabamos de esas tardes inquietas, llenas de susurros y de caricias cada vez más atrevidas y prolongadas, y en magistrales representaciones teatrales fingía estar dormida mientras tomaba posturas bajo la cama, que dejaban a mi placer esas nalgas redondas y tersas, donde yo embelezado sentía el principio del infinito. Esos movimientos, donde ofrecía sus enormes piernas bronceadas para que explorara sus secretos como el más intrépido aventurero en las accidentadas formas del Himalaya.

Desde entonces dejamos de vernos de la misma forma, ahora nuestros ojos buscaban en la mirada del otro, el mensaje oculto, la señal que nos indicará el lugar de nuestros nuevos encuentros. De esta forma navegamos bajo falsos alarmas, con súbitos espasmos de ese ánimo cronometrado por las palpitaciones, de esas ganas que crecían sin control hasta que la suerte se apiadaba de nosotros para hacernos coincidir en una explosión de caricias, en un torbellino de deseo que una vez saciado, nos dejaba extenuados con la mirada perdida en el horizonte, donde los colores nos parecían más claros y brillantes. Y sobre ese espasmo, sobre ese estado de contemplación al que nos arrojaban como trapos las fauces del deseo, volvía nuevamente a crecer el anhelo de otro nuevo día.


Comencé a aprender poco a poco las caricias que le gustaban más a Sandra, caricias que increcenso la arrojaban a querer prolongar esa sensación para siempre, hasta que la transformaban en una playa entregada en plenitud a los arribos de mis caricias, que como olas, llegaban una y otra vez para formar una arena cada vez más sensible y dispuesta.

Solo fue una ocasión, cuando mis caricias la llevaron a permitirlo casi todo, y en ese momento cúspide, me dejo descubrir el secreto de su entrepierna, ese suave enjambre que chupaba mis caricias con una hambre colosal, mojando todo y emitiendo un olor de rosa selvática. Embrujado por ese aroma mis manos rosaban la textura de esos labios con el cuidado y la ternura que se merece una divinidad, el misterio de la naturaleza concentrado en el punto más exótico del mundo.

La prudencia y los temores de mi prima Sandra, así como la inocencia de mis ocho años no me permitieron ir más allá, ese fué el máximo acercamiento al cielo que los dioses me regalaron en esas vacaciones de verano. Ese efímero periodo que me marcó para siempre, dejándome como un sonámbulo en la búsqueda eterna del olor del paraís

-Canis Lupus Baileyi

Orgasmos consonantes

Fotografía: George Portz


Cansada y expectante
perdida entre el tumulto que transita
tu voz llegó a mi centro y se introdujo
provocó ese lento y dulce cosquilleo de lo imposible
el pausado placer de caricias etéreas
Allí, sola entre todos, me condeno
dejándome llevar por tus susurros
por la sonoridad de tus palabras
que me vibran por dentro
que me violan despacio
que me dejan flotando en líquidos corpóreos e incorpóreos
en fluidos prohibidos …,
las ondas sonoras de tu voz me alcanzan en el clítoris
discreta, intensamente, sin consideración.
Perdida entre el tumulto me desgarro y me acabo
en incipientes orgasmos que reprimo,
orgasmos de palabras, de sonidos
fuertes, dulces, perfectos, esperados
orgasmos de tu voz que se anida en mis huecos
me penetra y me agota sin más.

-Mycitlali

Tarumba

Fotografía: Anónimo


Ay, Tarumba, tú ya conoces el deseo.
Te jala, te arrastra, te deshace.
Zumbas como un panal.
Te quiebras mil y mil veces.
Dejas de ver mujer cuatro días
porque te gusta desear,
te gusta quemarte y revivirte,
te gusta pasarle la lengua de tus ojos a todas,
Tú, Tarumba, naciste de la saliva,
quién sabe en qué goma caliente naciste.
Te castigaron para darte s\'olo dos manos.
Salado Tarumba, tienes la piel como una boca
y no te cansas,
No vas a sacar nada.
Aunque llores, aunque te quedes quieto
como un buen muchacho.

-Jaime Sabines

Lo prohibido

Fotografía: Anton Path


Entre la maleza
escondido en la sombra me codicias
me espías, me miras silencioso y loco
cuando cae la tarde te acercas temeroso
cuando quedo sola me atacas dulcemente
te impregnas con mi esencia
te empapas con mis sueños
te fundes en mi cuerpo
y después de tanta pasión exacerbada
todo el sudor de la noche es sólo nuestro
todo el amor del cielo yace en nuestro sexo
pero antes del alba el miedo nos persigue
y te lavas con jabón mi aroma
te arrancas de la piel mis besos
sacudes de tus manos las formas de mi cuerpo
regresas a tus escondites
desde ahí durante el día me atisbas
me clavas tus pupilas, porque lo que no puedes
es borrar mi recuerdo de tu mente.

-Mycitlali

Equilibrio

Fotografía: ManfredBaumann


Si algo denotaron mis palabras fue impaciencia. Una impaciencia concéntrica como supongo debe ser el movimiento de tu cadera al momento de altisonar con un badajo que pende de tu fuego y que es una invitación que no se puede desoír.

Si en verdad el círculo es la imagen de la perfección y de la eternidad, yo intuyo que en tu forma de predicar la intimidad existe un camino iluminado hacia la resurrección; te figuro inclinada, de espalda a tu feligresía, inicialmente con el talle erguido, soportando tu cuerpo en las rodillas, como si expiaras en esa acción todo el silencio al que me tienes condenado, o como si el rubor ante el contacto trasladara su presencia a la punta de tus pies en los que, en menor medida, también se apoyan los diástoles con los que conviertes en pira nuestra cercanía.

Siento que luego tus invocaciones y tus plegarias están acompañadas por coreografías corporales que no rebasan los diámetros convenientes para consumirnos en el calor creciente de la desesperación.

Pero el reverencial oficio de tu cofradía te obliga (te inspira) a intensificar el albedrío del movimiento y te inclinas hacia adelante como queriendo alcanzar y tener entre tus manos el secreto y la promesa de una revelación. Como si eso fuera el cetro de la verdad que te proclama emperatriz de esta penumbra, el sudor de nuestra fugacidad oficia como incienso y como guía en la búsqueda del equilibrio y simetría corporales en la que nos enfrascamos con frecuencia.

En ese momento, cuando tu cuerpo se flexiona, como se hace toda reverencia previa a la alabanza, la casi perfección que alcanzaba el conjunto de tus muslos contraídos en circunferencia tintineante, tu cadera como límite tangible en el universo en el que se extravían mis caricias, mis dedos reconsideran el territorio sobre el que han posado los alcances de su disposición: muslos, cadera, espalda y nalgas renuncian a la perfección concéntrica de su armonía inicial para transformarse en pera asimétrica o corazón taquicárdico que me reclama agilidad para atraparla.

Ese corazón palpitante que sintetiza la vocación de tu ritmo, se me escapa de las manos y yo deambulo en el contorno mutante de su espiritualidad temblorosa y también yo tiemblo ante ese vaivén que se acerca y se aleja con una prisa y un espasmo propios del insomnio.

Insomne, no me recupero de los estertores que me motivas y, casi agonizando, descubro que la longitud de tus piernas descansa sobre el oasis de las sábanas con un sobresalto semejante a mi agonía. No hay derrota ni abdicación, simplemente calma, calma y reposo efímero para trenzarnos nuevamente en esa contienda inacabada que pernocta por momentos en el túnel incandescentemente blanco de mis explosiones…

-Juan Manuel Bonilla Soto

La hubieras visto hoy

Imagen: Anónimo


La hubieras visto hoy, plena, alertándome de su presencia con la discreta coquetería de un atardecer. No puedo hablar de su aliento, porque nunca tuve el privilegio de sentirlo. Lo más cerca que la tuve fue en el momento de su aparición, a tres pasos de mí con un porte y una seguridad que solamente otorgan la demostración de tres teoremas y dos corolarios.

Entonces me dí cuenta por qué buscaba ese lugar, por qué me había convertido en un reloj que medía el tiempo con el rito de los jueves en el ¨Covadonga¨. Hasta que un día desapareció dejándome inserto en un vaivén cíclico y periódico.

Hoy que la ví, entendí el origen de este hábito, el por qué me encontraba en el remolino de un sistema estable y perenne, esperando un perigeo de constelaciones o la magia de un eclipse. Sé que se sabe linda, su belleza es tan definitiva que invade su propia conciencia y el hallazgo de esa deslumbrante verdad es delatado con su caminar, su cadencia, su cintura de avispa que lo aumenta todo.

Sí, sé que se sabe bella, por eso regala el color de su piel y su erótico ombligo a nuestra vista a nuestras ansias de alcanzarlo todo y lograr el milagro de la síntesis, para que después embrujados y sin rumbo, vayamos detrás de ese paraíso que nunca alcanzaremos

-Canis lupus Baileyi

Debajo de un pirul

Fotografía: Craig Morey


Recargado al costado de un pirul, el humo del cigarro te borra la cara. De entre el abismo, aparece una espalda llena de lunares, que más simulan hormigas al amparo de un naranjo. Aun no decides lo que harás, pero igual tus ganas te hacen voltear hacia la ventana, donde se refleja la luz del sol y te traslada a los hoyos negros de ida y vuelta.
No alcanzas a formular una razón para llegar sin ser inoportuno. ¿Cómo acercarse? ¿Cuál puede ser una razón que justifique tu presencia? Bien sabes que Javier a estas horas no anda por su casa. De sólo pensarlo te tiemblan las piernas, pero igual no puedes desistir. Al final podría ser que te fueras como siempre, pensando en planear mejor tu próxima aparición. Cuando volteas, te encuentras con su sonrisa y su sudor; sientes que las piernas te tiemblan, pero alcanzas a sostenerte del brillo de sus ojos.
- ¿Hola señora? ¿Cómo está? Andaba por aquí y quise pasar para saludar a su hijo. ¿Está en su casa?
- Ya sabes que a estas horas anda en la escuela y no llega sino hasta muy tarde; pero que bueno que te encuentro, por que siento que ya no llego. Anda ayúdame con las bolsas.
- Claro. ¡¡Uf!! Vaya que pesan. Yo le sigo – Esto bien sabe ella que lo dijiste a propósito y con alevosa intención, con el fin de mirarla por detrás y en todo su esplendor. Varias veces te ha sorprendido mirándola. Como en aquella ocasión en el cumpleaños de Javier, cuando en medio de la sala bailaba con su esposo. Tú, sentando, intentando platicar y ella, bailando e intrigada con tu mirada insistente. Te sonreía y al mirarte habría más los ojos, como preguntándote ¿pasa algo? Su perfume te envolvió, como en un vuelo de pájaros. O quizá aquélla vez, cuando te invitaron a comer al campo, todos jugaban y corrían y ella había preferido tumbarse a la sombra del pirul, con su vestido floreado y holgado, que generoso mostraba sus hombros, como la puesta del sol a la hora del crepúsculo. Sentado en otro árbol, esperabas tan sólo el oráculo con el que Dios te salvaría.
Camina delante de ti y bien sabe que la observas. Su falda negra, que cae sobre sus piernas, ajustada como una lluvia del verano, dejan ver sus pantorrillas desnudas y su piel color canela. “¿No fuiste a la escuela?” pregunta. “Si pero el maestro de la última clase se reporto enfermo y se me ocurrió pasar para ver si Javier había tenido la misma suerte que yo.
Al entrar al edificio, su aliento frió te cobija. Recuerdas la primera vez que entraste, te impresiono que la calle se estuviera derritiendo de calor y allí adentro te empapases de frescura. Además, ese gris habitual de los edificios viejos de la ciudad, que a lo largo del día sólo se iluminan con la luz que alcanza a tragar el domo de la azotea y que se desliza por entre las paredes y hace apenas perceptible la forma de las cosas. Volteaste como siempre, sorprendido hacia arriba y viste la escalera que bordea los muros, como una serpiente que se aferra al tronco de un árbol. “No te canses que faltan tan sólo dos pisos. Es más, el último en llegar hace agua de limón”. Siempre te sorprendió su habitual buen humor, su disposición constante de atención a los demás. La imaginabas “incomprendida”, muy sola y siempre con una sonrisa dispuesta para sus hijos y su esposo o para quien se le parase enfrente. Te dieron celos, al pensar que quizá en el mercado, su amabilidad confundiera al carnicero o al verdulero y le coquetearan más de la cuenta. Como aquel, que confundido por su cortesía, la invito a salir a bailar delante de ti y ella con la mejor astucia, te presento como su hijo y celoso le hiciste mal gesto.
- Ya perdí. Espero que haya un buen castigo, además de hacer el agua.
Esta respuesta no deja de sorprenderla: capto toda tu intención y magistral, salio al paso, burlando como un futbolista gambetero.
- Si, te toca preparar también unas rebanadas de sandia.
Siempre te preguntaste a quién es que le debes la fortuna de que te gusten las mujeres mayores, las señoras, más aún, las mamás de tus amigos o sus suegras. Cuando cursabas la secundaria, tus amigos volteaban a mirar a las chavas de otro grupo y tú te viciabas con la contemplación de sus mamás, ya sea de las chavas o de tus propios compañeros. Más aun ¿Por qué vino a gustarte la mamá de tu amigo, de tu gran carnal? No dejas de sentir culpa por tus sentimientos.
Por entre las baldosas se cuelan las notas de una trompeta, muy al estilo de Pink Floyd. Crees que no lo mereces, que la fortuna debe de barajarse más despacio en asuntos tan escabrosos. “Quizá debas bañarte y refrescarte un poco”, esperabas que te dijera, así como el preámbulo de un encuentro con su piel. No lo dijo. Te invitó a leer el periódico en lo que ella preparaba la comida, ese periódico que tanto gusta a los señores y que aun no entiendes bien porqué.
Afuera se escucha el sonar de los autos y el devenir de las ganas de los que como tú, gustan de ella. Pink Floyd insiste en azuzarte. “Ya está otra vez ese loco con su escándalo” alcanzas a escuchar al viejo de arriba, asomado a la ventana, como siempre, protestando por todo. Volteas y ella te sonríe, como apenada por la calaña de sus vecinos.
-Esa música es una provocación para el bienestar. ¿No lo cree?- Ella sólo asiente. Te tensas sin saber por qué. Ella vuelve a la cocina y no sabes que más hacer.
- Ven a cortar la sandia, o ya se te olvido...- te llama desde la cocina. Aun late más fuerte tu corazón y te parece ridículo, ya que ella está, como indiferente, continuando con sus quehaceres. Rozas su mano y tus muslos se tensan más. Ella se alcanza a percatar de tu tensión y hábil como siempre, te dice que lo hagas en la mesa. Su espalda se muestra por debajo de la blusa, despiadada como siempre, dibujando senderos que quieres alcanzar y que te hacen temblar, como si estuvieras en lo más alto de la montaña. Le invitas a probar la sandia y le llevas un pedazo a la boca. El jugo le escurre por debajo de sus labios y te precipitas a limpiarla. Te llevas un pedazo a la boca, sin apartar la mirada de su cara y ella te vislumbra saborearlo, igual su jugo corre por entre tu barba. “Parecemos chiquitos” dice ella y tú solo sonríes, dándole otra mordida a la fruta.
Recuerdas de pronto la imagen de tu primer sueño con ella: tú sentado en algún sillón y ella adormilada con su cabeza en tus piernas; sus ojos cerrados y sus labios tan rojos como el color de una frambuesa; tú temblando y pasándole tus dedos por entre su cabello. De súbito una tormenta que escampa al instante, te despertó inquieto, frustrado y apenado.
Te desanimas y te cohíbe tal posibilidad. Huyes a la lectura del periódico. Suena el teléfono. Es su esposo, el papá de tu amigo, para decir que no llega a comer. “Parece que hoy comemos solos” dice y tú te sonrojas, sin poder disimularlo.
- ¿No llega nadie?_ preguntas esperanzado con la respuesta. Ella te sonríe y te pregunta si comes o descansas un poco. Optas por lo segundo. Ella se sienta en el sillón, en el mismo de tu sueño y prende el televisor como indiferente. Tú finges leer y tu pulso se acelera, imaginándolo todo. Ella se recuesta. Mira indiferente el televisor.
- Si quieres dormir un rato te puedes acomodar en ese sillón, al cabo que de todos modos madrugaste- agrega y se recuesta sobre sus manos.
No sabes si salir corriendo, acercarte a acariciarle el pelo o ir la baño a descargar todas tus emociones. Insiste Pink Floid en pervertir el camino y le agradeces al chavo del departamento de arriba tal generosidad. Suena el timbre llamando a la puerta y ella te pide que no abras, “debe ser mi vecina, pero le dije que posiblemente salía. Así es que salí...”. Sonríes y te conmueve su complicidad. Nervioso das vuelta a las páginas del periódico, sin poner tanta atención a su lectura. Le miras recostada y ves como al final de su espalda, su falda negra se ensancha y sube una pendiente que quisieras recorrer despacio. Tu pene enhiesto, se transparenta por entre los cortes de tu pantalón. Lo aprietas y lo sueltas, inconsciente y con placer. Suena el teléfono y ella abre sus ojos. Tú te quedas inmóvil, esperando alguna señal de ella.
- ¿Contestó?- preguntas y ella duda un momento, mientras el timbre suena con mucha prisa.
- Si no estamos para mi vecina, no estamos para nadie- te contesta y te mira a los ojos. Cohibido rehuyes su mirada y ella voltea de nuevo al televisor. Te estiras a lo largo de la alfombra, a un costado del sillón y llevas el periódico contigo. Boca abajo y con el pene tan duro como un mástil, te incomodas y giras sobre tu cuerpo, tratando de maniobrar por entre las bolsas del pantalón. Ella se distrae con el ruido que haces y su mirada te persigue por un momento sin que te percates. Sales al baño. “Perdón por el ruido”, dices retraído y sales más con la intención de relajarte. Te refrescas la cara y te ves en el espejo. Regresas y el ruido de tus pasos le despierta:
- Si sigues despertándome vas a tener que arrullarme y cantarme una canción.
Tan colorado como los jitomates, quisieras abrazarla y acariciarla. Pero no te atreves. Imaginas su rechazo, el reclamo de Javier y hasta los golpes de su esposo. “No debo confundirme. Ella solo puede ser amable conmigo”, te dices como queriendo saber lo contrario. Sonríes y de nuevo te recuestas al piso de la alfombra.
- Parece que esta más cómodo que el sillón- y sin previo aviso se deja caer del sillón, acomodándose a tu lado. Afuera se escuchan los llantos de un niño y el paso del viento por entre las ramas del pirul. Ella cierra sus ojos, mientras tú, pálido e inquieto, optas por cerrar el periódico. Quieres abrazarla, pero no sabes como. Ella busca algo con que recargar su cabeza y te pide que de su recamara traigas un par de cojines. Su recamara, está llena de ella: olor, formas sonidos, todo le pertenece. Recorres con la vista cada detalle, sintiéndote complacido por tanta confianza. Quisieras invitarla a dormir a su cama, diciéndole que tú cuidaras de su sueño, que le acariciaras la mano y los pies, para que pueda descansar mejor, que le cobijaras y le contemplaras hasta la vigilia. Pero no es posible. Resignado regresas con su almohada. Se la entregas y pregunta si tú no vas a requerir una. “La olvide, pero no importa”.
- Si quieres podemos compartirla” te responde y no sabes si echarte a correr, o clavar la cabeza como las avestruces cuando se ven acechadas, o por lo menos tomar un trago de agua, que te permita tomar aire para poder contestar.
- Mientras usted duerme, leo el periódico- contestas lamentando cada palabra que acabas de emitir. Te enojas contigo, te reclamas y quisieras despedirte para no causar más penas. A la vez, te sientes bien contigo y con Javier, tu amigo-carnal. Mientras la vez dormitar, tu tensión baja, te distraes con cualquier nota y escuchas que el vecino de arriba ha optado por escuchar a Bach al chelo. Recuestas tu cabeza sobre uno de tus brazos, mientras el tabaco te llena de serenidad, cuando paseas los dedos por tu nariz. El tabaco ha sido tu compañero, en aquellas tardes en que parado debajo del pirul, te has asomado a su ventana, esperando inútil a que se asome y te convide a pasar. Quisieras encender un cigarrillo, pero ella nunca ha estado de acuerdo en que tú y Javier fumen, así que desistes de la idea y te prometes uno cuando te vayas, fumándolo a su salud. Bach insiste en sus acordes cargados de desolación. El vecino latoso ha desistido de sus protestas y los semáforos reclaman sus gritos. Ella se ha percatado de que te has recostado y te pregunta de la almohada. “Así está bien” respondes cohibido. Decides acercarte y te recuestas sobre la esquina de su almohada, mientras tu ritmo cardíaco se acelera inmisericorde. Ella se recorre y tú te volteas de costado, mirándole y esperando que se levante desconcertada. Por el contrario, te dice que ocupes más espacio. “No por que se quedaría en el suelo” le respondes y agregas arriesgando a tu persona, la amistad de Javier que tanto quieres e incluso la posibilidad de no verle más: “a menos que mi flaco brazo, le pueda servir de almohada”. Sorprendido, ves que levanta su cabeza para que puedas pasar tu brazo por debajo y olvidas al mundo, con sus prisas, sus inseguridades y su agua bendita.
- Durmamos un rato, que prometo no despertarle más- le dices, mientras ella se sonríe y cierra sus ojos. No puedes creerlo: tan cerca de ti, oliendo su perfume que tantas veces te has llevado en el recuerdo, mirando tan de cerca su cara, sus labios y su cabello, sintiendo esa suavidad exquisita de su piel morena. Tu cuerpo vibra y sientes como la sangre se concentra en tu vientre bajo, sintiendo una humedad placentera que anuncia la lisura de las nubes. Decidido y ya sin medir las posibles consecuencias, te volteas y le pasas tu mano por encima de su cintura, con los ojos cerrados y atiborrado de delicia. Continua con sus ojos cerrados y le acaricias con suavidad la espalda por encima de su blusa, como curándole de alguna molestia. No te atreves a besarla; quizá esperas a que ella se decida. Miras sus labios, con un color que supones al color de sus pezones, dibujados por sobre su cara, en una boca pequeña y que confirma la existencia de Dios. De súbito, te percatas que tu mano roza la piel de su espalda, que sientes sus lunares y sus bordes. Tu pene siente reventarse. Subes aun más la mano y ella continua con los ojos cerrados, no reclama, no se levanta. Sus labios brillan, te convidan a besarlos. Le acercas los tuyos. Se rozan, ella se retira un poco, con calma y aun con sus ojos cerrados. Tu mano toca su sostén, la pasas por debajo de éste y todo se vuelca en ti: sus ganas de tenerla, tus deseos detenidos y sientes que tu pantalón se revienta. Intentas controlarlo, pero ya es inútil: estas empapado, tu leche baña ya tus ganas y no sabes como disimularlo. Ella no se ha percatado; quisieras continuar así, abrazándola, pero todo te escurre por dentro y te abochorna que ella pueda darse cuenta.
Sacas tu brazo lentamente; ella abre sus ojos y te mira un tanto desconcertada. Tu quieres huir, pero con calma sales hacia el baño. Te limpias y te enjuagas la cara. Te reclamas, te insultas, no te lo puedes perdonar. Tantas veces soñada, tantas imaginada en tus brazos, en diferentes situaciones, algunas incluso inverosímiles y hoy en una situación real, no puedes controlarte y tus deseos de ella te desbordan antes de tiempo.
Sales por fin del baño, fingiendo que no ha pasado nada. Al llegar a la sala, ella se ha levantado, esta viendo la televisión y fuma al amparo del sillón. De nuevo el humo del cigarro te hace desaparecer, ese cigarro que ha sido tu cuate de los últimos tiempos de deseo y que hoy, de nuevo, te ayuda a disimular tu torpeza.
Suele suceder, no te preocupes- dice ella. No alcanzas a decir nada. Las escaleras desaparecen en un momento. La puerta de entrada del edificio se azota y alcanzas corriendo a sortear los autos de la avenida. Tu último cigarro se lo habías prometido. El pirul te abre sus brazos y te convida a dejar la mandrágora a su cuidado. Ya no habrá mañana.
- “Anda José, que se hace tarde para que llegues a la escuela. No sonó el despertador y estamos retrasados” alcanzaste a escuchar a tu mamá a través de la puerta. La mañana era clara y por la ventana se colaba el trinar del colibrí del amanecer. Sientes un poco de pena con él, al sentir la humedad de tus sabanas blancas. La ducha es un buen principio para este largo día.

-Salvador Reyes

Tu más profunda piel

Fotografía: Alejandro Zenke

Cada memoria enamorada guarda sus magdalenas y la mía -sábelo allí donde estés- es el perfume del tabaco rubio que me devuelve a tu espigada noche, a la ráfaga de tu más profunda piel. No el tabaco que se aspira, el humo que tapiza las gargantas, sino esa vaga equivoca fragancia que deja la pipa en los dedos y que en algún momento, en algún gesto inadvertido. asciende con su látigo de delicia para encabritar tu recuerdo, la sombra de tu espalda contra el blanco velamen de las sábanas.

No me mires desde la ausencia con esa gravedad un poco infantil que hacía de tu rostro una máscara de joven faraón nubio. Creo que siempre estuvo entendido que sólo nos daríamos el placer y las fiestas livianas del alcohol y las calles vacías de la medianoche. De tí tengo más que eso, pero en el recuerdo me vuelves desnuda y volcada, nuestro planeta más preciso fue esa cama donde lentas, imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes, de tanto desembarco amable o resistido, de embajadas con cestos de frutas o agazapados flecheros, y cada poza, cada río, cada colina y cada llano loas ganamos en noches extenuantes, entre oscuros parlamentos de aliados o enemigos !Oh viajera de ti misma máquina de olvido! Y entonces me paso la mano por la cara con un gesto distraído y el perfume del tabaco en mis dedos te trae otra vez para arrancarme a este presente acostumbrado, te proyecta antílope en la pantalla de ese lecho donde vivímos las interminables rutas de un efímero encuentro.

Yo aprendía contigo lenguajes paralelos; el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía. Con el perfume del tabaco vuelve ahora un recuerdo preciso que lo abarca todo en un instante que es como un vórtice, sé que dijiste: ( Me da pena ), y yo no comprendí porque nada creía que pudiera apenarte en esa maraña de caricias que nos volvía ovillo blanco y negro. lenta danza en que el uno pesaba sobre el otro para luego dejarse invadir por la presión liviana de unos muslos, de unos brazos, rotando blandamente y desligándose hasta otra vez ovillarse y repetir las caídas desde lo alto a lo hondo, jinete o potro, arquero o gacela, hipogrifos afrontados, delfines en mitad del salto. Entonces aprendí que la pena en tu boca era otro nombre del pudor y la vergüenza, y que no te decidías a mi nueva sed que ya tanto habías saciado, que me rechazabas suplicando con esa manera de esconder los ojos, de apoyar el mentón en la garganta para no dejarme en la boca más que el negro nido de tu pelo.

Dijiste: ( Me da pena, sabes ) , y volcada de espaldas me miraste con ojos y senos, con labios que trazaban una flor de lentos pétalos. Tuve que doblarte los brazos, murmurar mi último deseo con el correr de las manos por las más dulces colinas, sintiendo cómo poco a poco cedías y te echabas de lado hasta rendir el sedoso muro de tu espalda donde un menudo omóplato tenía algo de ala de ángel mancillado. Te daba pena, y de esa pena iba a nacer el perfume que ahora me devuelve a tu vergüenza antes de que otro acorde, el último , nos alzara en una misma extremecida réplica. Sé que cerré los ojos, que lamí la sal de tu piel, que descendí volcándote hasta sentir tus riñones como el estrechamiento de la jarra donde se apoyan las manos con el ritmo de la ofrenda; en algún momento llegue a perderme en el pasaje hurtado y prieto que se negaba al goce de mis labios desde tan allá, desde tu país de arriba y lejos, murmuraba tu pena una última defensa abandonada.

Con el perfume del tabaco rubio en los dedos asciende otra vez el balbuceo, el temblor de ese oscuro encuentro, sé que mi boca buscó la oculta boca extremecida el labio único ciñéndose a su miedo, el ardiente contorno rosa y bronce que te libraba a mi más extremo viaje. Y como ocurre siempre, no sentí en ese delirio lo que ahora me trae el recuerdo desde un vago aroma de tabaco, pero esa musgosa fragancia, esa canela de sombra hizo su camino secreto a partir del olvido necesario e instantáneo, indecible juego de la carne que oculta a la conciencia lo que mueve las más densas , implacables máquinas del fuego. No eras sabor ni olor, tu más escondido país se daba como imagen y contacto, y sólo hoy unos dedos casualmente manchados de tabaco me devuelven el instante en que me enderecé sobre ti para lentamente reclamar las llaves de pasaje, forzar el dulce trecho donde tu pena tejía las últimas defensas ahora que con la boca hundida en la almohada sollozabas una súplica de oscura aquiescencia, de derramado pelo. Más tarde comprendiste y no hubo pena, me cediste la ciudad de tu más profunda piel desde tanto horizonte diferente, después de fabulosas máquinas de sitio y parlamentos y batallas. En esta vaga vainilla de tabaco que hoy me mancha los dedos se despierta la noche en que tuviste tu primera, tu última pena. Cierro los ojos y aspiro en el pasado ese perfume de tu carne más secreta, quisiera no abrirlos a este ahora donde leo y fumo y todavía creo estar viviendo.

-Julio Cortázar

Déjame

imagen: Georgia O’Keeffe


Déjame
pasar la palma de mi mano
por tu cuerpo todo
por cada rugosidad
cada protuberancia
cada cavidad
y cada pelo

déjame
pasar mi lengua por sobre tu entrepierna
sentirte estremecer
miedoso y anhelante
déjame apoderarme de tu esencia misma
la que resume tu sed de trascendencia
y mordisquear tu piel
besar cada centímetro
tener en mis sentidos tus jadeos
beberme tu saliva, tu sudor
tu código genético
rastrearte, recorrerte e invadirte
apoderarme de tu desnudez
abarcarte completo en mi lujuria
comerte a dentelladas
respirarte
y por cada poro de mi piel sudarte.

-Mycitlali

Amor Prohibido

Fotografía: Thierry Le Goues


Sé que me deseas. Me deseas tanto que desde lejos puedo percibir tu angustia. Te miro mientras nado y veo el reflejo del deseo en tus ojos, en esos ojos color agua que no me quitas de encima. Que me envuelven por completo y me hacen extremecer.

Sé que quisieras pasar tu lengua rugosa y áspera por mi piel, degustarme toda, quedarte para siempre con mi sabor aprisionado en tu boca. Tu mirada me dice, que si te dejaran, me morderías disfrutando mi carne blanca pedazo a pedazo, devorándome entera.

El agua sube y baja de nivel. Me sumerjo hasta el fondo y me invade su frescura. Allí donde no se escucha nada, donde todo es oscuridad, aun allí me llega tu presencia. Tan fuerte es. Te tengo miedo y a la vez también te deseo y me enredo contigo desde lejos en este amor prohibido que toca fondo.

Te han dicho muchas veces, hasta el cansancio, que no puedo ser tuya, que no te pertenezco. Te han prohibido acercarte a mí. Pero todo es más fuerte que ellos, que nosotros mismos. Y sigues ahí, a lo lejos, mirándome y comiéndome con esos ojos azules que no puedo dejar de ver.

Tu cuerpo es bello, eres de un blanco que deslumbra y tus ojos...!Ay, tus ojos!, son transparentes como el agua que baña mi piel, como el mar lejano de donde vengo y que quizá nunca volveré a ver. !Somos tan distintos y a la vez tan iguales! Los dos amamos un imposible sabiendo que nunca podrá ser.

Me distraigo percibiendo cómo el agua me refresca la piel, como su frialdad me extremece por dentro y la siento ondulante llegar hasta mi centro nervioso, allí donde nace todo, donde me llegan tus vibraciones lejanas.

De pronto escucho un salto, un ruido de vidrios quebrados y veo bajar el nivel de agua; todo me da vueltas, me falta el aire, apenas respiro. Sólo alcanzo a sentir tu lengua lamiéndome entera y entonces comprendo que estoy irremediablemente perdida.


-Mariana Gumá

El sexo enjambre

Fotografía: Reece


Te hago mía en poema
te desnudo en mi cama
acaricio tus senos
y el centro de ellos
amamantas mis labios
agrandas mi sexo,
recorriendo tu cuerpo
encuentro tu vientre
enjambre de pasiones
y sensaciones de amante
subo mi mirada
matices mil
oscura noche
hetaira al fin
olvidé en tí
que no soy feliz.

-José Maria

Besos

Fotografía: Canis lupus baileyi



Mis besos lloverán sobre tu boca oceánica
primero uno a uno como una hilera de gruesas gotas
anchas gotas dulces cuando empieza la lluvia
que revientan como claveles de sombra
luego de pronto todos juntos
hundiéndose en tu gruta marina
chorro de besos sordos entrando hasta tu fondo
perdiéndose como un chorro en el mar
en tu boca oceánica de oleaje caliente
besos chafados blandos anchos como el peso de la
plastilina
besos oscuros como túneles de donde no se sale vivo
deslumbrantes como el estallido de la fe
sentidos como algo que te arrancan
comunicantes como los vasos comunicantes
besos penetrantes como la noche glacial en que todos
nos abandonaron


besaré tus mejillas
tus pómulos de estatua de arcilla adánica
tu piel que cede bajo mis dedos
para que yo modele un rostro de carne compacta idéntico
al tuyo


besaré tus ojos más grandes que tú toda
y que tú y yo juntos y la vida y la muerte
del color de la tersura
de mirada asombrosa como encontrarse en la calle con
uno mismo
como encontrarse delante de un abismo
que nos obliga a decir quién somos
tus ojos en cuyo fondo vives tú
como en el fondo del bosque más claro del mundo
tus ojos llenos de aire de las montañas
y que despiden un resplandor al mismo tiempo áspero
y dulce
tus ojos que tú no conoces
que miran con un gran golpe aturdidor
y me inmutan y me obligan a callar y a ponerme serio
como si viera de pronto en una sóla imagen
toda la trágica indescifrable historia de la especie
tus ojos de esfinge virginal
de silencio que resplandece como el hielo
tus ojos de caída durante mil años en el pozo del
olvido


besaré también tu cuello liso y vertiginoso como un
tobogán inmóvil
tu garganta donde puede morderse la amargura
tu garganta donde la vida se anuda como un fruto que
se puede morder
y donde el sol en estado líquido circula por tu voz y tus
venas
como un coñac ingrávido y cargado de electricidad


besaré tus hombros construidos y frágiles como la ciudad
de Florencia
y tus brazos firmes como un río caudal
frescos como la maternidad
rotundos como el momento de la inspiración
tus brazos rotundos como la palabra Roma
amorosos a veces como el amor de las vacas por los
terneros


y tus manos lisas y buenas como cucharas de palo
tus manos como esos pedazos de la noche que de pronto
caen revoloteando en la mitad del día
tus manos incitadoras como la fiebre
o blandas como el regazo de la mano del asesino
tus manos que apaciguan como saber que la bondad existe



besaré tus pechos globos de ternura
besaré sobre todo tus pechos más tibios que
la convalecencia
más verdaderos que el rayo y que la soledad
y que pesan en el hueco de mi mano como la evidencia
en la mente del sabio
tus pechos pesados fluidos tus pechos de mercurio solar
tus pechos anchos como un paisaje escogido
defintivamente
inolvidables como el pedazo de tierra donde habrán de
enterrarnos
calientes como las ganas de vivir
con pezones delicados iridiscentes florales
besaré tus pezones de milagro y dulces alfileres
que son la punta donde de pronto acaba chatamente
la fuerza de la vida y sus renovaciones
tus pezones de botón para abrochar el paraíso
del retoño del mundo que echa flores de puro júbilo
tus pezones submarinos de sabor a frescura
bezaré mil veces tus pechos que pesan como imanes
y cuando los aprieto se desparraman como el sol en los
trigales
tus pechos de luz materializada de sangre dulcificada
generosos como la alegría de aceptar la tristeza
tus pechos donde todo se resuelve
donde acaba la guerra la duda la tortura
y las ganas de morirse


besaré tu vientre firme como el planeta Tierra
tu vientre de llanura emergida del caos
de playa rumorosa
de almohada para la cabeza del rey después de entrar
a saco
tu vientre misterioso cuna de la noche desesperada
remolindo de la bendición y del deslumbrante suicidio
donde la frente se rinde como una espada fulmigada
tu vientre montón de arena de oro palpitante
montón de oro negro cosechado en la luna
montón de tenebroso humus incitante
tu vientre regado por los ríos subterráneos
donde aún palpitan las convulsiones del parto de la tierra
tu vientre contráctil que se endurece como un brusco
recuerdo que se coagula
y ondula como las colinas
y palpita como las capas más profundas del mar océano
tu vientre lleno de entrañas de temperatura insoportable
tu vientre que ruge como un horno
o que está tranquilo y pacificado como el pan
tu vientre como la superficie de las olas
lleno hasta los bordes de mar de fondo y de resacas
lleno de irresistible vértigo delicioso
como una caída en un ascensor desbocado
interminable como el vicio y como él insensible
tu vientre incalculablemente hermoso
valle en medio de tí en medio del universo
en medio de mi pensamiento
en medio de beso auroral
tu vientre de plaza de toros
partido de luz y sombra y donde la muerte trepida
suave al tacto como la espalda negra del toro de la muerte
tu vientre de muerte hecha fuente para beber la vida
fuerte y clara


besaré tus muslos de catedral
de pinos paternales
practicables como los postigo que se abren sobre lo
desconocido
tus muslos para ser acariciados como un recuerdo
pensativo
tensos como un arco que nunca se disparará
tus muslos cuya línea representa la curva del curso de
los tiempos



besaré tus ingles regadas como los huertos mozarábes
traslúcidas y blancas como la vía láctea
besaré tu sexo terrible
oscuro como un signo cuyo nombre no puede decirse sin
tartamudear
como una cruz que marca el centro de los centros
tu sexo de sal negra
de flor nacida antes que el tiempo
delicado y perverso como el interior de las caracolas
más profundo que el color rojo
tu sexo de dulce infierno vegetal
emocionante como perder el sentido
abierto como la semilla del mundo
tu sexo de perdón para el culpable sollozante
de disolución de la amargura y del mar hospitalario
y de luz enterrada y de conocimiento
de amor de lucha de muerte de girar de los astros
de sobrecogimiento de hondura de viaje entre sueños
de magia negra de anonadamiento de miel embrujada
de pendiente suave como el encadenamiento de las ideas
de crisol para fundir la vida y la muerte
de galaxia en espansión
tu sexo triángulo salado besaré
besaré besaré
hasta hacer que toda tu te enciendas
como un farol de papel que flota locamente en la noche.


-Tomás Segovia

Fin de tregua

imagen: Giovanni Zuin


Nada más tu cuerpo puede redimirme solo.
Mis manos lamentan las palomas de tu respiración.
Mis dedos coronan las esquirlas de la noche
y el ritmo soberano de las masturbaciones
ratifica su complicidad.

Las campanas de los dientes debaten el silencio
abolida acaso por lo menesteroso de la lengua.
Bajo la humedad de su tañido
el badajo de la espera se amotina:
un ojo tuyo arde en la muralla de la solemnidad.

¿Acaso fuiste tú, Deschubba, quien inventó
el lugar común de la invención?

Mis manos áridas se fertiliizan y crecen por tu piel
ya no existen límites.


Noviembre se nos clava en la memoria,
la nostalgia y los cabrestos agonizan.
Tus ojos, tu cuerpo y mis manos
pernoctan en la patria de lo que por un tiempo
ha sido nuestra potestad.

-Juan Manuel Bonilla Soto

Hechizada

imagen: Giovanni Zuin


Como quisiera tomarte por sorpresa
no esperar a que te des cuenta
arrancarte un beso
y alejarme
esperando me busques hechizada

Recorrerte sin permiso
amarte sin descanso
desnudarte con caricias
rozarte con mis manos

Levantar tu orgasmo
al infinito
sin tiempo
sin palabras

Y al final
dejarte gritar
llorar
y posarte
entre mis brazos.

-Ali Capo

Poemas de Ultramar

magen: Georgia O'Keeffe


I
Cada pedacito de tu piel
es un pretexto para seguir besándote
pobre sol que no ha explorado tu epidermis
como yo que milímetro a milímetro
expectante y feliz la voy andando

pobre sol que no te ha traspasado
que no ha bebido de tu piel blanquísima
mientras yo voy libando tus azúcares
y con tu néctar cálido me embriago.

II

Nuestros cuerpos desnudos entremezclan esencias
olores, fuerza, jugos, fantasías
se hacen coincidir en derroteros
nuestros cuerpos se entienden y no importa
porque más allá de todo eso nuestras almas confluyen
se reencuentran, se dan, se reconocen...
y más allá de cuerpos y de almas
somos polvo inmortal que se redim

-Mycitlali

Sueño húmedo

imagen: Georgia O'Keeffe



Evocando el roce de tu piel
de noche me transporto,
invado tu sueño,
me apodero de tu cama,
entre los poros de mi cuerpo navegas
abro mis ilusiones,
levanto tu espíritu,
seduzco tu resistencia,
habitas en mis profundidades,
jugueteamos con las sensaciones,
provoco que el juego te pierda.

Mi cuerpo se transforma al
contacto imaginario del tuyo,
se vuelve amanecer,
viento suave que abriga sintiéndolo
traspasar el paisaje,
todo en mi florece,
bosque húmedo de brisa matinal...
sosiego del alma.

Contactos de piel
residuos de mi sábana
sueños, sólo sueños..

-bleue