Sunday, July 26, 2009

Iniciación

Fotografía: Gregor Schulz


La viva textura de sus diminutos montículos, no dejaban de asaltarme todo el día. Jamás imaginé que debajo de esa sobría falda estuviera ese paraíso palpitante lleno de curvas, de recovecos, esa geografía imponente que se extremecía en cada uno de mis recorridos.

Esa tarde fue una de las más reveladoras de mi vida, Sandra me invitaba a ser el cómplice que mitigara ese fuego que la consumía en los últimos años de la adolescencia.

Tanto ella como yo, disfrutabamos de esas tardes inquietas, llenas de susurros y de caricias cada vez más atrevidas y prolongadas, y en magistrales representaciones teatrales fingía estar dormida mientras tomaba posturas bajo la cama, que dejaban a mi placer esas nalgas redondas y tersas, donde yo embelezado sentía el principio del infinito. Esos movimientos, donde ofrecía sus enormes piernas bronceadas para que explorara sus secretos como el más intrépido aventurero en las accidentadas formas del Himalaya.

Desde entonces dejamos de vernos de la misma forma, ahora nuestros ojos buscaban en la mirada del otro, el mensaje oculto, la señal que nos indicará el lugar de nuestros nuevos encuentros. De esta forma navegamos bajo falsos alarmas, con súbitos espasmos de ese ánimo cronometrado por las palpitaciones, de esas ganas que crecían sin control hasta que la suerte se apiadaba de nosotros para hacernos coincidir en una explosión de caricias, en un torbellino de deseo que una vez saciado, nos dejaba extenuados con la mirada perdida en el horizonte, donde los colores nos parecían más claros y brillantes. Y sobre ese espasmo, sobre ese estado de contemplación al que nos arrojaban como trapos las fauces del deseo, volvía nuevamente a crecer el anhelo de otro nuevo día.


Comencé a aprender poco a poco las caricias que le gustaban más a Sandra, caricias que increcenso la arrojaban a querer prolongar esa sensación para siempre, hasta que la transformaban en una playa entregada en plenitud a los arribos de mis caricias, que como olas, llegaban una y otra vez para formar una arena cada vez más sensible y dispuesta.

Solo fue una ocasión, cuando mis caricias la llevaron a permitirlo casi todo, y en ese momento cúspide, me dejo descubrir el secreto de su entrepierna, ese suave enjambre que chupaba mis caricias con una hambre colosal, mojando todo y emitiendo un olor de rosa selvática. Embrujado por ese aroma mis manos rosaban la textura de esos labios con el cuidado y la ternura que se merece una divinidad, el misterio de la naturaleza concentrado en el punto más exótico del mundo.

La prudencia y los temores de mi prima Sandra, así como la inocencia de mis ocho años no me permitieron ir más allá, ese fué el máximo acercamiento al cielo que los dioses me regalaron en esas vacaciones de verano. Ese efímero periodo que me marcó para siempre, dejándome como un sonámbulo en la búsqueda eterna del olor del paraís

-Canis Lupus Baileyi

1 comment:

  1. Reto cumplido... La respuesta tardó porque quise comer en bocados pequeños la fruta del eros.
    Reto no tan delicioso como el descubrir el paraíso que ofrece la geografía palpitante de un cuerpo candente.

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