Monday, July 15, 2013

Pecado


Había rezado y se había flagelado toda la noche pero su angustia no cesaba, la culpa le comía las entrañas.
¿En que estaba fallando?
¿porqué su espíritu era tan débil?
Y es que, no había forma de evitar que sus ojos se posaran en el escote de Azucena cuando ésta iba los domingos a confesarle sus pecados. Era un espectáculo ver como se dibujaban sus senos majestuosos debajo del vestido, y un regalo, cuando ella se agachaba para dejar en descubierto esos dos montículos al desnudo, pues Azucena no usaba brazier.
Azucena le confesaba sus penas, los deseos que la hacían sentir pecadora y él la escuchaba imaginándose con ella fuera del hábito, apagando esos deseos que él sabía eran sólo la punta de algo más intenso que recorría ese hermoso cuerpo en esas noches donde ella dejaba poseerse por sus sueños. Solo la veía una vez a la semana pero era suficiente para no poder quitarla de su mente y desear con toda su alma el paso de las homilías de 7 días para escuchar otra vez esa voz y ver esos lindo ojos entre el tejido del confesionario. Jamás le insinuó nada, solo la escuchaba y le pedía los padres nuestros y las aves marías que le pudieran dar tranquilidad a su espíritu convulsionado por los deseos de la carne. Así que cada domingo como un condenado a muerte en vida veía esa exuberante mujer, que representaba el paraíso terrenal que nunca podría habitar.
Ella estaba deslumbrada por esa voz que por un lado llenaba de tranquilidad su alma pero por otro aumentaba el cosquilleo de su piel y mojaba su entrepierna. Cuando podía, trataba de mirar los ojos de su amante platónico que le revelaran que él también la deseaba. Aunque sabía que eso era imposible pues convocaba al pecado más funesto de su religión, en el fondo de su alma albergaba la esperanza de sentir que le era importante al ser amado. Cada domingo iba a la cita de su perdón y del alimento de su pecado.
La silueta de ese rostro en la tenue tela que los dividía y esa voz fuerte y dulce que la tranquilizaban con el mensaje del señor, le provocaban al mismo tiempo sueños húmedos llenos de lujuria. El origen de su culpa era el origen de su redención.

-Canis Lupus Baileyi

No comments:

Post a Comment